lunes, 16 de abril de 2012

Diez relatos que estremecieron la literatura hispanoamericana (II)

Adolfo Bioy Casares: La invención de Morel

      Tiene los ojos en guardia, algo dislocados, como si quisiera evitar cualquier descuido de la muerte. La mano derecha se aferra al bastón, la izquierda flota en el aire, sorteando el equilibrio. Es una foto a cuerpo completo, páginas sueltas de en una revista que, a juzgar por la factura visual y las preguntas, parece más del corazón que literaria. “Usted no dice que no a nada. Después no se queje, Bioy, si nos ponemos a hablar de mujeres, del sexto sentido y del sexo sentido”, comenta el periodista, un jodedor que sabe que el viejo tira sus últimos cartuchazos. “Es decir, de ciencia ficción __contesta el anciano con la nostalgia del que ha vivido todo y no se resigna__. No hace falta decir que en este terreno soy un ex hombre cada vez más transparente, las mujeres no me ven”. Se trata de Adolfo Bioy Casares, a los ochentaidós años (faltan solo dos para el anuncio de su muerte, a los ochentaicuatro, en 1999). Detrás de esos ojos azules y la sonrisa pícara podemos imaginar al dandi que fue. Alto, atlético, bien parecido, con sus ademanes de aristócrata refinado, dominador de varios idiomas, desde bien temprano Adolfo Bioy Casares sostuvo una relación especial con la literatura y las mujeres. Aunque en realidad, su juventud estuvo marcada por los fracasos en ambos frentes de combate. Pero escribir era su forma de enamorar, de vivir, y siguió adelante hasta darse cuenta de que debía reinventarse a sí mismo si ambicionaba conquistar tan inapresables territorios. En el cambio de rumbo tres personas serían determinante: Victoria y Silvina Ocampo, y Jorge Luis Borges. Por Victoria conoció Borges, en 1932, y luego se casaría con su hermana Silvina en 1940. Ella y Borges acabaron por convencerlo de la inutilidad de sus estudios universitarios si pretendía convertirse en escritor. Bioy había matriculado primero Derecho Internacional y a continuación Filosofía y Letras. Abandonó la universidad, y junto a su esposa decidió dedicarse a escribir full time, todo un desafío para la época. Gracias a Borges (quince años mayor), al que consideró “la literatura viviente”, profundizó en la narrativa de habla inglesa (Stevenson, H.G. Wells, Henry James…) y acabó de afianzar su gusto por el policiaco y lo fantástico, variantes narrativas donde el argumento tiene un peso determinante, algo que siempre defendió: “Soy como los bárbaros autores que necesitan, para impresionar al lector, llenarse de enanos y gigantes.” Animado por el padre publicó su primer libro de cuentos: Prólogo (1929). Tenía solo quince abriles, pocas lecturas y la inmadurez literaria de cualquier adolescente.

      Seguirían otros tanteos, en total seis textos narrativos desprovistos del vuelo suficiente. En 1940 sucede el gran salto: Bioy publica La invención de Morel y ya nadie pudo quedar indiferente. Al igual que Onetti con El Pozo, Bioy prefiere la historia personal a la colectiva, las turbulencias íntimas de un hombre a las de la sociedad, la angustia universal al chillido multicolor de lo local. Su personaje también cuenta en primera persona, como si su historia de perseguido confinado a voluntad en una isla llena de sucesos extraño, fuera la más interesante del mundo. Sabemos que por entonces en Latinoamérica sucedían todo tipo de cosas: políticas, sociales, folklóricas, para algunos escritores mucho más significativas. Pero, diría Bioy, que puede ser más importante que la vida de un hombre: “Cuando escribí La invención de Morel pensaron que yo hacía arte por el arte, sin embargo me estaba dedicando al ser humano…”

      Con La invención… Bioy antecede a Borges (Ficciones, 1944), y funda en lengua castellana la novela fantástica moderna, que no es poca cosa. Hay quien prefiere y destaca otras obras: El sueño de los héroes, La trama celeste… Yo estoy casi convencido, aunque sea demasiado temprano para exponer un juicio definitivo (apenas han transcurrido siete décadas desde su publicación), que de no ser por este libro Adolfo Bioy Casares hubiese sido, narrativamente hablando, el eterno segundón de Borges. Pero con ese solo relato minimalista e inquietante se bate de igual a igual con lo mejor del autor del El Aleph, dejando de paso inscrito con mayúscula su nombre en las letras hispanoamericana, lo que creo, no se ustedes, tampoco es poca cosa.

Obdulio Fenelo