jueves, 26 de enero de 2012

La Habana difunta para un Lennon insepulto

 

Para Guille Vidal, in memoriam

 

Tener cerca de lo que nos rodea

y cerca de nuestro cuerpo,

la idea fija de que nuestra alma

y su envoltura caben
en un pequeño vacío en la pared

o en un papel de seda raspado con la uña.

José Lezama Lima

 

La Habana es una ciudad promiscua y secular, secularmente promiscua y promiscuamente secular. Todo en ella está dispuesto de manera erótica; no me extrañaría demasiado ver a los desconocidos besarse y tocarse en la calle. No hay agresión en su sensualidad; nadie nota la insistencia de una mirada lasciva sobre un escote pronunciado o unas entrepiernas brumosas demasiado expuestas al fresco. La gente incluso se “roza” sin muchos miramientos. Claro que estamos en el siglo xxi; sin embargo, no comprendo cómo pudo esta ciudad esconder ese espíritu durante los años gloriosos de la “abstinencia” colectiva.

Ese mar penetrando el malecón es la imagen más sensual: cuando la ola viene sobre la roca, ¿la acaricia o la golpea?, ambas, mi tía, ambas. La Habana me saca de quicio, me entra a chorros por los sentidos y me arrastra, me da hambre de hembra y ganas de cagarme en el matrimonio y en la situación internacional. Allí conocí a Amy, la norteamericana que vive en Puerto Rico, y que no entiende bien eso del peso convertible, y el 26 x 1; y yo que le puedo robar ahora, que debiera, para comprarle al Pepe el tren con línea que me pidió por teléfono. Pero Amy tiene los ojos azules, y es rubia, y sube las piernas para oír las conferencias literarias, y se quita los zapatos, y me pregunta mi nombre, y lo repite: “Oswaldou Gaillardou”, y dice que es un nombre muy grande. La Habana es una ciudad muy sensual. Dijo Guillén que los camagüeyanos se dividen en dos clases: los que han ido a La Habana y los que quieren ir. Yo soy de las dos. La Habana es nuestro París, al menos debe templarse tanto como allá.

Tuve dos mujeres en el Malecón... sus pechos al alcance de mi mano y sus carnes temblando de deseo; pero no era yo, era el mar. Lucía iba conmigo por primera vez, estábamos en un evento estudiantil, nos fuimos a tomar una botella junto al mar, a tomarnos el mar, y no le hice nada; ni La Habana pudo con mi timidez, yo estaba todavía pensando en Annielsis y su lejanía. Luego en Camagüey siempre me recrimina, ¿y aquella noche en el Malecón por qué no me besaste? Con Leidys igual, estaba buena, tenía las piernas gordas y me hablaba mal del marido, que no le gustaban las misas del padre Ernesto, y que el mar le daba ganas de llorar. Luego en Camagüey la invité a salir y no fue. Lucía no ha vuelto a La Habana y quiere ser mi amiga. Leidys engordó hasta la indecencia. Creo que por eso llevé a Janet María de luna de miel, la retraté en el Malecón y le hice el amor a solo unas cuadras en el Hotel Lincoln. Yo no me acosté con mi mujer, fue La Habana quien la desvirgó. La Habana te invita: hagamos el amor y no la guerra, o, al menos, hagamos la guerra del amor.

Caminar por La Habana con Ramiro es heredar la memoria de su generación, la mía no tiene memoria. Nuestra generación no ha hecho nada, todo lo encontramos hecho o deshecho. No nos escondimos para oír a los Beatles, no alfabetizamos, no nos reímos, ni siquiera hemos llorado juntos, llegamos tarde hasta para la guerra de Angola. Templar sí que lo hemos hecho, pero ni en eso creo que nos llevemos las palmas. Con razón dice él que somos unos vagos. Nuestra misión puede ser esa: vivir los recuerdos de los otros, esa también puede ser una misión gloriosa. Con Ramiro subí los escalones hasta el Alma Máter, de allí se fue por el pecado de ser diferente, o por el todavía peor de preferir serlo, de amar más a unos prójimos que a otros y por gustarle demasiado la literatura de verdad y la vida en su verdad. Dice que caminar por La Habana es recordar y que recordar es volver a morir. Ojalá estuviera yo tan muerto como él.

 

Es muy triste que haya otra Havana, la que ha visto Fernando, la que llora de noche y marcha de día, la que no se compone con un poco de cal y de ternura. A las dos Habanas las atisba, desde su parque en el Vedado, Sir John Winston Lennon; parece un happening de su invención el hecho de que esté ahora, desde sus gafas de acero soldado, mirándonos para siempre. Es el voyeur más notorio de la villa. Hasta hace un tiempo aguantó de todo: las salpicaduras de los pájaros, la orina de los niños y de algún borracho, las actividades en su honor, la música (salsa, por supuesto), el sexo, el llanto, el humo, las flores, la lluvia. Y era un voyeur feliz. La gente no se preocupaba por él y a él le divertía esta pequeña venganza de su música: él presidiendo este parque habanero donde los jóvenes se comen a besos. Los jóvenes que ya no oyen mucho a los Beatles, pero se tocan y se tocan y se tocan y se tocan y se tocan; y les gusta retratarse desnudos como a él y Yoko, y fumar como a él y Yoko. Los jóvenes que saben muy bien que love is a hot gun y que la guerra es una mierda. Ahora no es igual, ahora el voyeur de acero bohemio es víctima de un voyeur oficial; frente a él, bajo lluvia, sol y sereno, vigila un guarda parques, custodio o CVP de nuevo tipo, que cuida, no su integridad total, sino la de sus espejuelos. A la vez que cuida sus espejuelos —los que un jodedor muy listo se llevó una vez, y sabe Dios dónde reposarán o qué sueños estarán alimentando [vox populi]—, bendita herramienta voyeurística, anula el encanto de mirón impenitente de Lennon que ya no está solo con La Habana, con los jóvenes, con el sexo, con la orina y las flores.

La Habana es promiscua y secular. Siempre será así, incluso dentro de cinco siglos: luego del segundo diluvio, el choque con un meteorito —que provocará un tsunami que hundirá por siempre jamás a los Estados Unidos en el mar—, la tercera glaciación y la quinta conflagración bélica, la gente seguirá haciendo el amor e imaginando un mundo más amable. Así, un día cualquiera habrá, en el parquecito de 17 y 6, una actividad en conmemoración al milenio del desencuentro cultural entre Europa y América. En el mismo sitio donde estuvo, por casi trescientos años, la estatua del ex-beatle-voyeur, un señor muy mayor, quizás inglés, develará una tarja:

AQUÍ INMORTALIZÓ SU MISIÓN SOBRE LA TIERRA

 UNA ESPECIE HUMANA CONOCIDA COMO CEBEPÉ.

 EL ÚLTIMO DE SUS INTEGRANTES CUIDÓ

 HASTA LA MUERTE

A LA REPRESENTACIÓN ESCULTÓRICA

DE UN MÚSICO NO IDENTIFICADO QUE GOZÓ

DE ALGUNA POPULARIDAD ENTRE LOS HABANEROS.

 

A SU MEMORIA ETERNA EL TESTIMONIO

DE LA HABANA AGRADECIDA.

SIGLO V

 D. N. E.

POSTERIOR AL TRIUNFO DE LA REVOLUCIÓN CUBANA

 

La Habana es promiscua y secular. Oh! I believe in yesterday.

 

 

En Pueblo Blanco, el 8 de diciembre de 2003.

Vigésimo tercer aniversario del asesinato de John Lennon 

 

 

PS: Luego de haber leído La Habana para un infante difunto, visto el filme Suite Habana y visitado la capital de la República por undécima vez. No estuve en el sitio de Lennon.

 

 

Requetepostscriptum: Este texto raro e irreverente forma parte de la colección de cuentos La huella infidente y algún sobresalto, compilada por Ramiro Fuentes Álamo para la editorial Ácana, en el 2003,  donde él y yo, entonces, jugábamos al poder de editar librillos. Fue escrito a petición de Lionel Valdivia para una velada cultural en honor a Lennon que tuvo lugar en la filial del Instituto Superior de Arte de la ciudad, no lo leí allí porque me pareció inadecuado, pero me gustó bromear publicándolo en el libro que hacía Ramiro, y que yo emborronaba como editor.

 

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