martes, 20 de diciembre de 2011

Dos nuevos pretextos

Las tentaciones del aldeano
Por estos días finales de diciembre uno tiene a ratos la impresión de que realmente acaba algo que dará lugar a otra cosa supuestamente mejor, tanto en lo íntimo como en lo profesional. Pero es solo una ilusión, porque el tiempo, sabemos, en realidad es impersonal (líquido entre los dedos), a pesar de los intentos por privatizarlo, y los hechos y las acciones por venir (buenas y malas) no dependen de las horas, los días o los meses, más bien cuelgan de nuestro empeño, del talento, del trabajo y por supuesto de la suerte. Osvaldo, que lo sabe de sobra, no cae en la trampa, y cuando le digo que mejor dejamos el inicio del blog para el próximo enero, me responde que no, “ya está bueno de dejar cosas para el año que viene”. La idea surgió hace apenas un mes. Por separado andábamos en lo mismo: hacernos de un soporte digital para escribir cuanto se nos ocurriese y de paso ejercitarnos en el complicado oficio del periodismo cultural. ¿Qué significa ser un bloguero en la Cuba de hoy? Un reto que implica todo tipo de suspicacias y tentaciones, aunque pretenda circunscribirse al mundo de la cultura. Levantamos campamento en el recóndito Camagüey, al centro-este de la isla, a cientos de kilómetros de la capital, principal epicentro de poder donde la miopía habana-centrista de críticos y colegas deja muchas veces fuera de juego a artistas con una obra valiosa hecha tierra adentro. Aspiramos a ser coherentes, a otear con justeza. Estaremos atentos no solo a los sobresaltos líricos de la comarca, sino, también (¡Ah, pobres aldeanos!), a los chillidos épicos del mundo. De esta forma despega La Nave de los Locos… en la Isla oculta. A quien pueda interesar, sepa que en esta travesía tendrá sitio.
O.F.
Razones para el embarque
Con la certeza del naufragio doy comienzo a esta aventura, mas “si los riesgos de la mar considerara ninguno se embarcara”, me recuerda la doctora de Ávila. Y ya sabemos que muy ancha y basta (sic) es la mar del ciberespacio. Este es, esencialmente, un acto de libertad creativa; un acto que pretendo me haga libre de mí mismo en primerísimo lugar; y como si esa utopía no fuese suficiente, un acto que me haga libre de otras acritudes enojosas: el vicio molesto de editor, una exigua vida literaria, la distancia de cualquier realidad más luminosa que la propia, y la constante vigilia de los otros. Y toda esa libertad concretada por el suplicio de la entrega inmediata, de la página en blanco que me impele. Quiero probar ese febril desasosiego, su ausencia me hace dudar constantemente de mi madera de escritor. No tengo otra ambición, aunque para adornar la proa del navío me haya hecho acompañar por un auténtico poseso. Él ha de poner el diálogo más lúcido y yo trataré de interpelarlo dando bandazos líricos o irónicos según el día y la meteorología. Pues cual buen romántico en su nave, según vibra natura así va la ronda de mi espíritu. Y cómo es sabido los días no son buenos… así que espero sentado, delante de esta líquida armonía, con la esperanza que mejoren. Después, después veremos.
O.G.