lunes, 5 de agosto de 2013

Cuba: Mercado y Literatura

Mercado del Libro en Cuba ¿entre la utopía y el destino trágico?

 

Le prometí a Osvaldo que antes de que acabara el año me adentraría en el tema. Al principio pensé publicar las notas escritas hace algún tiempo, las que titulé El escritor cubano ante el mercado del libro nacional e internacional. Luego reconsideré la decisión. Es un asunto demasiado complejo, polémico, medular, como casi todos los relacionados con la política cultural cubana, para reducirlo solo a consideraciones personales por válidas que sean. Entonces surgió la idea de un enfoque más amplio. Nos interesaba saber la opinión de los propios escritores, en especial narradores residentes en distintas zonas de Cuba, así como la de editores, investigadores y directivos de Instituto Cubano del libro. Nos hubiese gustado conocer también la otra cara del problema, la voz del lector, pero lamentablemente por ahora una encuesta masiva tendrá que esperar. Confeccionar un cuestionario sintético y abarcador a la vez no es tarea fácil. No obstante, asumiremos el reto y convocaremos a parte de los involucrados en el suceso, en un intento por llevar a debate, en momentos de transformaciones económicas en el país, una arista de nuestro mundo cultural que va más allá de la propia literatura y que tiene implicaciones políticas, históricas, sociales, artísticas y económicas.

Miradas oblicuas en la narrativa latinoamericana contemporánea, libro publicado por Iberoamericana en el 2009, recoge artículos y ensayos de escritores y ensayista reconocidos, y dentro de los textos compilados aparece “El lobo, el campo literario y el hombre nuevo”, de Ronaldo Menéndez. Mirada incisiva y polémica a la situación del escritor cubano (los narradores esencialmente) ante lo que él define como “campo literario internacional”. Entre los mitos que, según enumera, fomenta el escritor cubano que vive en Cuba respecto los mecanismos del mercado internacional, está: “El mito-enajenación de que el mercado corrompe la literatura y la gran obra se hace en recalcitrante soledad por uno y para uno, y viva Kafka: se tiende a pensar que toda gran obra tarde o temprano va a ser descubierta y a triunfar. Quizás eso ocurría mucho en otros tiempos (aunque no estoy tan seguro, puesto que de lo no rescatado nada se sabe por definición). Siendo optimista, no creo que muchos quieran hoy ser descubiertos demasiado tarde, a lo Compay Segundo. Además, suponer que una gran obra es por naturaleza, solo para minorías y reacia al mercado, es como pensar que, porque existe un sujeto que además de inteligente es tartamudo, para poseer una auténtica inteligencia es necesario tartamudear”. Y más adelante agrega: “Nada de lo afirmado anteriormente implica un menoscabo de las obras (se refiere a la de los escritores cubanos) dentro y fuera de Cuba. Para ir terminando, dentro de la Isla se escribe bien, se tiene mucho tiempo libre, se accede al circuito editorial sin pasar por los aberrantes filtros del mercado, y a ningún escritor le preocupa cuántos libros vende. Esto, como ya se ha apuntado tiene sus innegables peligros, pero también contribuye al fomento, protección y promoción de buenas obras literarias”.

En octubre del 2011 el escritor Leonardo Padura, entrevistado por Rafael Grillo en Isliada.com a propósito de la publicación de El hombre que amaba a los perros, mencionaba como una de la razones por lo que (a opinión de Grillo) la literatura cubana actual estaba siendo ninguneada por el mercado y la crítica internacional, “la falta de un mercado del libro, con sus horrores y virtudes, pero que ayude de alguna manera a ubicar las cosas en su sitio, del modo medio ilógico en que lo hace, pero haciéndolo. Sencillamente no puede haber una proyección internacional de la literatura cubana sin ese mercado…”

El treinta de diciembre de aquel mismo año Marilyn Bobes publica en el periódico Granma el artículo “Necesidad o coyunda para el escritor”, y entre sus consideraciones están las siguientes: “Discrepo con algunos escritores que consideran saludable la exigencia mercantil de publicar. El acto de la escritura no puede estar relacionado con las demandas de un agente literario o de un editor. Debe obedecer a las necesidades de expresión de cada autor (…) Si bien la dictadura del mercado es un mal cuya tentaciones debemos evitar, la total indiferencia por él es, de la misma manera, un síntoma de narcicismo y de derroche que, en los tiempos que corren, se puede volver contra la nobleza de nuestros objetivos: hacer del cubano un pueblo más culto”.

En febrero del 2012, Zuleica Romay, presidenta del Instituto Cubano del Libro, fue entrevistada por José Luis Estrada Bentancourt para Juventud Rebelde. “Todo parece indicar -le comenta el periodista- que la gestión comercial se ha visto a veces como un tabú…” Zuleica, que viene hablando de la importancia de las Ferias del Libro y de algunos cambios en los mecanismos de trabajo relacionados con racionalidad y la comercialización, responde: “En Cuba el libro nunca será mercancía en primer lugar, sino siempre en último. Lo que pasa es que nosotros no tenemos el derecho a malgastar los recursos que el país dispone para que produzcamos libros, y darnos el lujo de mantenerlos en un almacén. Por tanto, la gestión comercial hay que hacerla bien, no porque nos vayamos a convertir ahora en los mercaderes del libro, sino porque debemos aprovechar los recursos que se están sacando del torrente sanguíneo para que haya ferias como esta”.

Quisimos exponer estas opiniones, a manera de introducción, por sus diferentes puntos de vista. Es de esperar reacciones a favor o en contra, y, lo más importante, razonamientos que profundicen y enriquezcan. Vendrán, estoy seguro, infinidades de criterios que a su vez provocaran viejas y nuevas preguntas. Por el momento dejo suelta algunas interrogantes a modo de provocación:

¿Sería beneficioso o perjudicial para la literatura cubana la instauración de un mercado del libro real?

¿Cuánto más podrá sostenerse el actual sistema de fabricación y comercialización del libro, dentro del actual proceso de cambios en la esfera económica por el que atraviesa el país?

¿Estarían los escritores dispuestos a soltar la “teta” del estado?

¿Estaría el estado dispuesto a soltar la editoriales como entidades o cooperativas (palabra de moda) independientes?

¿Quién perdería más con la llegada de un mercado un mercado libro, ¿los lectores o los escritores?

¿Si es cierto que el mercado condiciona y “fabrica” lectores, cómo es posible que en Cuba, dónde no se publican los libros estrellas de la mercadotecnia internacional (novelas rosas, policiacos a lo El código Da Vinci, aventuras como las de Harry Potter o de mística-autoayuda como los de Paulo Coelho entre otros), sean tan buscados y leído?

¿Necesitan, como considera Padura, los escritores de un mercado del libro para ubicarse definitivamente en el mapa de la literatura mundial?

 

Obdulio  Fenelo




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Red Del Arzobispado de Camagüey

martes, 9 de julio de 2013

Cuba: Iglesia católica y nacionalidad cubana

VII Encuentro Nacional de Historia “Iglesia Católica y nacionalidad cubana”

Obispado de Cienfuegos, 9-11 de octubre de 2013

Tema: “Patrimonio cultural e Iglesia en Cuba”

Sección de Cultura

Conferencia de Obispos Católicos de Cuba

domingo, 30 de junio de 2013

Guatemala: Eduardo Halfon

El boxeador polaco

Sabemos poco de la narrativa guatemalteca contemporánea. Conocemos algunos nombres y títulos virtuales, poco en físico. No es extraño entonces que se agradezca y devore lo poco que llega, aunque no siempre los autores, por diferentes motivos (todos entendibles) donen a Cuba lo mejor de su producción. Desconozco si El boxeador polaco, de Eduardo Halfon es una obra sobresaliente dentro su bibliografía, bastante extensa por demás pese a sus cuarentaiún años. Aquí me gana en primer lugar la novedad de la publicación, luego la manera tan diferente de contar que tienen nuestros colegas continentales con respecto a nuestra literatura. Halfon, incluido en el promocionado grupo Bogotá 39 (las nuevas caras de la narrativa latinoamericana después de los 90), parece pertenecer a esa corriente literaria que trafica con cuanto está a su alcance, incluyendo su propia vida, puesta a desnudo con nombre y apellido al proponerse como personaje narrador en las siete historias del libro. Sabemos de la ventajas del recurso (explotados por no pocos autores de valía) en términos de veracidad y conexión con el lector. El autor lanza el anzuelo “bajo palabra” y es como si confesara: Como me ocurrió, se los cuento. ¿Y qué nos queda si no creerle? Esta es una de las tendencias narrativas al uso: la autobiografía novelada, la crónica personal, la metaficción, alejada de los modelos clásicos del boom: el realismo mágico, lo real maravilloso, la metáfora colectiva. Prefieren el lenguaje claro y directo, en muchos casos coloquial, periodístico, a la complejidad narratológica de sus antecesores. Su patria es mundo, y sus protagonistas, cualquier hombre o mujer que desande una calle de Bogotá, Berlín, Santiago de Chile, New York o el D.F. Muchos nacen del camino abierto por grupos literarios como el Onda o el Crack, ambos mexicanos. El primero sumergido en los bajos mundos, el otro dispuesto a romper con la tradición, a asumir cualquier lugar del universo como propio. No pocos crecieron bajo influjo de la antología Macondo, donde según sus recopiladores Alberto Fuguet y Sergio Gómez, “El Macondo garciamarquiano ha sido sustituido por un ámbito urbano de comidas rápidas, malls gigantescos, computadoras y autos japoneses”.

Pero Eduardo Halfon se me antoja más cercano a Roberto Bolaño, eslabón solitario (convertido, después de su muerte y con toda justeza, en el primer referente de esta oleada), y no hay duda de que ha asimilado con soltura y cierta originalidad (si es que la palabra mantiene su valía en los tiempos que corren) sobre todo en piezas como Lejano y El boxeador polaco, muchos más elaboradas, sicológica y ficcionalmente hablando. En ambas aparecen personajes que alcanzan dimensiones literarias que, sin llegar a ser estruendosos los fragmentos de vida escogidos por el autor para contar ni los finales de estos, convencen en su descarnada sencillez. El mayor peligro que veo aquí son los referentes intertextuales, lugares comunes recurrentes a algunos escritores jóvenes del área: las referencias cinematográficas y musicales, la visita a espacios históricos como los Campos de Concentración alemanes o la caída del muro de Berlín y la Unión Soviética. De cualquier manera Casa de las Américas sigue peleando por divulgar la literatura de Latinoamérica tan cerca y tan distante a la vez, pero sin duda necesaria.

 

Obdulio Fenelo Noda

 

 

sábado, 29 de junio de 2013

Razones para volver al BLOG (1)

Rosalina, mi José Martí y la pasión absoluta

Hace unos días murió Rosalina, a quien pudiera calificar como una escritora
estéril, algún artículo en una revista provincial será su única herencia
impresa para el futuro. Pero eso no importa, eso es una insignificancia, una
bicoca (como dice Meñique a su princesa retado por el oscuro sortilegio que
debe desentrañar), frente al mérito de su vida profesoral. Aunque Rosalina
al final trató de escribir y de publicar, infructuosamente (y creo que de
algún modo colaboré en su fiasco).
Muchos se enorgullecen de los libros que han escrito, yo puedo hacerlo con
los que he leído; o algo así dijo el gran Borges; puedo decir de Rosalina
que estaría orgullosa de sus lecturas, sí, pero infinitamente más orgullosa
de las páginas que explicó, que compartió en la alegría y el dolor con todos
los que fuimos sus alumnos, durante 30 años de pasión absoluta por la
literatura y el magisterio.
"Esta vieja llora de verdad", me dijo un colega árabe que parece había visto
a mucha gente en Cuba llorar de mentiras. Y Rosalina lloraba explicando a
Machado y Miguel Hernández, a Lope y Gongora, a Quevedo y Cervantes… En un
aula de futuros maestros de Español y Literatura (de los cuales el 70 por
ciento, no había leído un libro completo en su vida), y en Cuba, durante los
años más caóticos de nuestra última historia, cuando solo teníamos un aguado
café para sostener el hambre de varias horas de clases, Rosalina consiguió
lo impensable: la lectura íntegra del Quijote por todos sus alumnos, y el
disfrute, el gusto y el regusto que lleva ese acto consigo, por casi la
mayoría, no me atrevo a exagerar. Valga aclarar que había 4 saharauis, un
yemenita y un guineano, entre ellos.
Pero también se reía, y fumaba, ah cómo fumaba, y hacía cuentos de su nieto
Kevin, que era el niño más inteligente del mundo… y era capaz de una ironía
filosa como un cuchillo pero que yo disfrutaba y quizás aprendí un poco;
también a veces parecía lejana y ajena a la realidad, pero de pronto te
halaba por el brazo, y en el mejor tono, y también en el peor, te aclaraba
la mente con un consejito, que podía ir desde tu relación sentimental hasta
cómo mejorar tu dieta porque estabas muy flaco, "en llamas" como decíamos
entonces. Era época de hambre, y Rosalina aumentó la nuestra con la suya;
con esa pasión por devorar a los maestros de la literatura española, que
como era la que explicaba era su preferida, además "¡es la que lees de
verdad, oyendo al autor, porque es tu lengua, muchacho, lo otro son
traducciones!".
Otra de sus pasiones, o quizás la primera, fue José Martí, a quien amaba
profundamente, pero a pesar de su ello no perdía el sentido crítico al
comentar su vida personal y su novela Amistad funesta, "que es
verdaderamente funesta". He tenido después maestros más doctos y algunos
verdaderamente brillantes y agudos, pero en todos ha faltado aquella
exaltación de Rosalina, aquella cercanía hiperbólica con el autor comentado,
que tanto agradece un lector novel. Compartir con ella el curso de seis
meses del monográfico martiano me dio las luces necesarias para aprehender
mi Martí personal; aquel Martí todavía es mío, y también gracias a ella mi
imagen del héroe no se parece a la suya. Porque Rosalina, como los buenos
maestros, nos mostró en sus clases, con sus aciertos y sus errores, el
verdadero ejercicio de la libertad, que ella también defendió con ardor.
Así voy a recordarla, libre en su pensamiento y en su obrar. Libre como
cuando escogió no sufrir los rigores de un tratamiento para alargar un final
que sabía pronto e inevitable. Lúcida hasta el último minuto, como cuando
acaricié su cabeza en mi última visita, y le dije, porque no sabía manera
mejor, "que Dios te cuide", y pronta me respondió: "Y falta que me va a
hacer".

Osvaldo Gallardo González
junio de 2013

Mi hijo frente a la casa del Maestro

 

Cuba: Marcial Gala

La Catedral de los negros tiene quien le escriba

 

¿Qué ha pasado con la novela cubana en los últimos veinte años? Hubiese sido una buena pregunta para empezar si la respuesta no fuera demasiada complicada, imposible de resolver en tan poco espacio. Prefiero cambiar el enfoque, salir del ruedo, ver los toros desde las gradas y corregirme: ¿Qué ha pasado con el lector cubano en los últimos veinte años? El lector cubano, ese que persigue personajes inolvidables e historias entrañables de nuestra cambiante y a veces insólita realidad, simplemente no tiene quién le escriba.

Como toda afirmación humana, la anterior tampoco es absoluta, pues sabemos de la existencia de un grupo reducido de autores nacionales capaces de quitarles el sueño a un buen números de lectores (Chavarría, Pedro Juan, Padura, Lorenzo Lunar…), aunque en términos de promoción, en algunos, y del número de ejemplares impresos, en otros, aún no se cubran las expectativas y la gran mayoría queden sedientos. Cuando me hicieron la propuesta de presentar La catedral de los negros de Marcial Gala, Premio Alejo Carpentier de novela 2012, acepté entusiasmado. Sin embargo al día siguiente pasé de la euforia a la preocupación. ¿Y si era otro que apostaba al olvido del lector en aras de la inmortalidad literaria? Decidí salir de dudas y antes de lo previsto ya estaba en busca del libro. No exagero si digo que cuando lo tuve a solas en las manos, respiré profundo. Luego, muy lento hojeé las primeras páginas y comencé a leer. “¡Ño, que alivio!”, me dije, por fin otro que intenta hablar de cosas duras y profundas de la manera más simple. Lo novedoso era la forma, las búsquedas literarias relacionadas con la estructura y el narrador, siempre en función de la historia, de crear una narración movida, rica en matices, una atmosfera de suspenso que dura hasta el final.

Desde las líneas iniciales del texto sabemos que va a suceder algo siniestro. La familia Stewart llega de Camagüey a una cuartería de la ciudad de Cienfuegos y parece arrastrar con ella algún misterio trágico, un halo de ángeles malditos. En seguida suponemos que se trata un policiaco, en su variante más moderna, escrito en cuerda de testimonio a varias voces, para luego descubrir que es mucho más. Marcial parece beber en lo mejor de la tradición narrativa oral cubana convertida en literatura: Lino Novás Calvo, Cabrera Infante, Soler Puig, Miguel Barnet, y en ese otro referente latinoamericano casi obligatorio ya, el Roberto Bolaño de Los detectives salvajes. Aquí encontraremos prostitutas, proxenetas, ladrones, guapos, cristianos devotos y falsos cristianos, policías, funcionarios, artistas y hasta un asesino en serie, protagonistas y narrador de gran parte de la historia. Cada quién da su propia versión de los hechos a modo de confesión o catarsis, pero el autor se las arregla para controlar la información, mantenernos a la expectativa y crear su propia crónica de varias muertes anunciadas. Hay muy poco de artificio en el lenguaje, cada declaración es un torrente lingüístico cargado de giros y frases provenientes de diferentes estratos sociales, con especial recargo en el habla coloquial, en la jerga del bajo mundo. Aunque a ratos se cuente desde Texas, La Habana o Barcelona, Punta Gotica es el escenario principal, barrio pobre donde los seguidores de la Iglesia del Santo Sacramento, con Arturo Stewart a la cabeza, deciden erigir un templo, el mayor de toda la ciudad, bautizado por vox populi como “La Catedral de los negros”, que se me atoja un símbolo semejante a la majestuosa Ciudadela La Ferriére de Henri Cristophe en El reino de este mundo, emblema de la grandeza y caída de un falso imperio que nunca se superó a sí mismo. Leemos y leemos y todo es tan cruelmente real que llega a rozar el absurdo, con su porción de realismo mágico, podríamos decir a falta de mejor nombre.

¿El resultado? Una novela difícil de clasificar, repleta de matices y personajes complejos síquica y emocionalmente. Si alguna categorización mereciera, sería la de obra apocalíptica, creadora de un universo cargado de connotaciones sociales, históricas y humanas. El mayor favorecido será el lector que podrá otra vez calmar su hambre de relatos escritos a la cubana y no con modelos importados. Y a Marcial Gala tendríamos que agradecerle el “sacrifico” a favor de nuestros olvidados lectores.

Obdulio Fenelo Noda