jueves, 5 de enero de 2012

Vertientes. El sitio en que también (sic) se está

Mi pueblo es un parque de árboles inmensos, a la sombra de esos árboles puedo explicar mi vida entera: la que he vivido y la que vendrá después. Mi pueblo es un nombre caudaloso y un sabor olvidado ya. Olvidado con el peor olvido: el vivido día a día. No hay nada peor que ser extranjero en tu tierra. Eso siento. Con Guille Vidal puedo decir que odio a mi pueblo con la misma intensidad con que lo amo. Llevo a mi pueblo como a mis alas y mi lastre. Soy su resultado y su venganza.
Desde una aldea de Sevilla sin nombre llegó el padre de mi abuelo paterno, y a mi abuela la trajo su padrastro, desde Santa Lucía, en Oriente, cruzando un gran río en auto. Sí, así de inverosímil. La familia de mi madre no tiene mucha historia. Mi madre no la necesita. Desde Miami me llamó la tía anciana, quiere que escriba la historia de la familia. “Junto a los Rubino, fundamos el pueblo”. Qué manía la de la familia de mi padre… Mi padre es el último de esta historia, los jóvenes no la necesitamos, los más viejos están muertos o se fueron, que no es lo mismo, pero es igual.
Mi pueblo es el parque: es la estatua de las madres y el busto de Martí. Y la gente olvida el nombre del parque, si Las Madres o Martí. La gente olvida con facilidad. Siempre me intrigó el pedestal vacío, parece que al final padezco la misma manía de la familia de mi padre; de niño me gustaba imaginar que alguien se había robado esa estatua, una estatua que nunca fue. Sueño con llenar ese vacío de mi pueblo. Pero los que construyeron las estatuas de mi pueblo ya no están. Ahora sé que es mejor sembrar árboles que hacer estatuas. ¡Vivan los árboles del parque!

Recuerdo caminar por el parque, veo mis piernas descubiertas, las medias blancas, los zapatos negros y ortopédicos, excelentes para aplastar las bolichitas verdes.
—Te voy a mirar jugar desde aquí, mientras leo este libro.
—Sí, papi, demórate bastante.
—Aplasta las verdes, que son las que suenan mejor, las rojas están maduras.
—Yo traje el bate, y voy a jugar.
—Está bien, pero te toca pichear y trata de hacerlo bien.
—Aplasta las verdes, que son las que suenan mejor, las rojas están maduras.
—Este hombre no quería ser hipócrita en un libro escrito para los niños, por eso dejó de escribir la revista, este hombre era el más sincero…
— ¿Y qué cosa es el temor de Dios?
—Aplasta las verdes, que son las que suenan mejor, las rojas están maduras.
— ¿Tú tienes novia?
—No.
— ¿Pero alguien te gusta, no?
—Sí, es Yudenia.
—Vaya, loco. ¿Tú sabes cómo tienes que tocarla?
—Ella no me quiere.
—Aplasta las verdes, que son las que suenan mejor, las rojas están maduras.
—Este es el juramento del servicio militar, tienes que leerlo con énfasis. ¡Qué vibren tus palabras!
—No puedo, está muy mal escrito, no me conmueve.
—Pero este es un día glorioso, ¿entiendes?
—Aplasta las verdes, que son las que suenan mejor, las rojas están maduras.
—Mira, Liudmila, yo te quise mucho, pero ya se terminó.
—Adiós infancia, ojalá que te recuerde en mi vejez con amor…
—Aplasta las verdes, que son las que suenan mejor, las rojas están maduras.
—Janet, nos casamos en septiembre.
—Pero… y la gente, y el cura…
—Aplasta las verdes, que son las que suenan mejor, las rojas están maduras. Aplasta las verdes, que son las que suenan mejor, las rojas están maduras. Aplasta las verdes, que son las que suenan mejor, las rojas están maduras.

Mi pueblo es mi vida, y mi vida es un parque de árboles inmensos. Amo y odio mi vida. Mi vida y mi amor son perfectos.

En Pueblo Blanco, a los 4 días de mayo de 2006.


Argumento: En mi pueblo limpió zapatos el genial Benny Moré. En esa esquina donde Benny limpió zapatos hay un bar, en él conversé mucho rato con José Nordelo, escritor, para él es este texto. Rodrick Dixon pinta a mi pueblo todas sus mañanas, le debo una visita. En mi pueblo tuve mi primer amor, y también el último —en mi recta intención del matrimonio—, para mi esposa, desde nuestro parque. Cerca de mi pueblo cayó en combate el Mayor, los cubanos confunden esos potreros con el nuevo municipio de Jimaguayú, y así le roban la gloria a mi pueblo. Cerca de esos potreros tuve la infancia más dulce que un niño pudiera tener en la finca de mi tío. Amo ese lugar, nunca he vuelto. Con Nadia Olazábal aprendí de Martí, para ella y Hugo Carvajal, maestros ambulantes. Odilia Conde, Beba, me enseñó a leer, gracias también. He ganado a mi familia y la he perdido en mi pueblo, recuerdo a los abuelos. Mis padres viven a una cuadra del parque. Yo mismo aún vivo allí.

Post scriptum: Este texto, junto a la entrada anterior de Obdulio Fenelo, fue publicado en el número 1 de la revista La Gaceta de Cuba del año 2007, formando parte de una serie titulada Por los extraños pueblos. Otro mapa de la Isla, que se convertiría luego en una compilación homónima aparecida bajo el sello de Unión, editorial de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Con la publicación de ambos, concluimos esta suerte de desmesurada presentación de dos aldeanos conmovidos ante el infinito.

Osvaldo Gallardo González


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