sábado, 29 de junio de 2013

Razones para volver al BLOG (1)

Rosalina, mi José Martí y la pasión absoluta

Hace unos días murió Rosalina, a quien pudiera calificar como una escritora
estéril, algún artículo en una revista provincial será su única herencia
impresa para el futuro. Pero eso no importa, eso es una insignificancia, una
bicoca (como dice Meñique a su princesa retado por el oscuro sortilegio que
debe desentrañar), frente al mérito de su vida profesoral. Aunque Rosalina
al final trató de escribir y de publicar, infructuosamente (y creo que de
algún modo colaboré en su fiasco).
Muchos se enorgullecen de los libros que han escrito, yo puedo hacerlo con
los que he leído; o algo así dijo el gran Borges; puedo decir de Rosalina
que estaría orgullosa de sus lecturas, sí, pero infinitamente más orgullosa
de las páginas que explicó, que compartió en la alegría y el dolor con todos
los que fuimos sus alumnos, durante 30 años de pasión absoluta por la
literatura y el magisterio.
"Esta vieja llora de verdad", me dijo un colega árabe que parece había visto
a mucha gente en Cuba llorar de mentiras. Y Rosalina lloraba explicando a
Machado y Miguel Hernández, a Lope y Gongora, a Quevedo y Cervantes… En un
aula de futuros maestros de Español y Literatura (de los cuales el 70 por
ciento, no había leído un libro completo en su vida), y en Cuba, durante los
años más caóticos de nuestra última historia, cuando solo teníamos un aguado
café para sostener el hambre de varias horas de clases, Rosalina consiguió
lo impensable: la lectura íntegra del Quijote por todos sus alumnos, y el
disfrute, el gusto y el regusto que lleva ese acto consigo, por casi la
mayoría, no me atrevo a exagerar. Valga aclarar que había 4 saharauis, un
yemenita y un guineano, entre ellos.
Pero también se reía, y fumaba, ah cómo fumaba, y hacía cuentos de su nieto
Kevin, que era el niño más inteligente del mundo… y era capaz de una ironía
filosa como un cuchillo pero que yo disfrutaba y quizás aprendí un poco;
también a veces parecía lejana y ajena a la realidad, pero de pronto te
halaba por el brazo, y en el mejor tono, y también en el peor, te aclaraba
la mente con un consejito, que podía ir desde tu relación sentimental hasta
cómo mejorar tu dieta porque estabas muy flaco, "en llamas" como decíamos
entonces. Era época de hambre, y Rosalina aumentó la nuestra con la suya;
con esa pasión por devorar a los maestros de la literatura española, que
como era la que explicaba era su preferida, además "¡es la que lees de
verdad, oyendo al autor, porque es tu lengua, muchacho, lo otro son
traducciones!".
Otra de sus pasiones, o quizás la primera, fue José Martí, a quien amaba
profundamente, pero a pesar de su ello no perdía el sentido crítico al
comentar su vida personal y su novela Amistad funesta, "que es
verdaderamente funesta". He tenido después maestros más doctos y algunos
verdaderamente brillantes y agudos, pero en todos ha faltado aquella
exaltación de Rosalina, aquella cercanía hiperbólica con el autor comentado,
que tanto agradece un lector novel. Compartir con ella el curso de seis
meses del monográfico martiano me dio las luces necesarias para aprehender
mi Martí personal; aquel Martí todavía es mío, y también gracias a ella mi
imagen del héroe no se parece a la suya. Porque Rosalina, como los buenos
maestros, nos mostró en sus clases, con sus aciertos y sus errores, el
verdadero ejercicio de la libertad, que ella también defendió con ardor.
Así voy a recordarla, libre en su pensamiento y en su obrar. Libre como
cuando escogió no sufrir los rigores de un tratamiento para alargar un final
que sabía pronto e inevitable. Lúcida hasta el último minuto, como cuando
acaricié su cabeza en mi última visita, y le dije, porque no sabía manera
mejor, "que Dios te cuide", y pronta me respondió: "Y falta que me va a
hacer".

Osvaldo Gallardo González
junio de 2013

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