domingo, 9 de diciembre de 2012

Centenario de la Diócesis de Camagüey

La Diócesis de Camagüey: cien años de servicio

El próximo 10 de diciembre la Iglesia Católica en Camagüey celebrará cien años de haber sido constituida diócesis por el papa Pío X; con esta institución, la Santa Sede reconocía en Camagüey una población significativa por sus estructuras eclesiales, por sus proporciones y, sobre todo, por la práctica de su fe cristiana, en la cual y desde la cual el Vaticano daba fe de que existía y actuaba la Santa Iglesia Católica. Su cuidado pastoral entonces requería la pericia y dignidad de un obispo, y su ciudad una catedral y un obispado.

Como la diócesis se identifica con un territorio específico, la provincia y ciudad agramontinas recibían además, con este nombramiento, una distinción que encumbraba a toda la sociedad civil.

Una primera aproximación a la historia de la “Ciudad de las iglesias” nos permite comprender que la creación de la diócesis camagüeyana fue un acontecimiento eclesial y civil que contó con importantes antecedentes. Existen evidencias históricas de que por primera vez a finales del siglo XVIII algunos eclesiásticos consideraron la necesidad de una diócesis en Puerto Príncipe.  Incluso un acta capitular de 1818 solicitaba se llevara a efecto la creación de la diócesis; lo cual es un claro signo de la conciencia patriótica desde el amor a la localidad vinculado a la fe y la búsqueda del progreso. Sin dudas, la vida de la Iglesia y su influencia en la sociedad ya eran notables.

Sin embargo, fue en el siglo XIX donde los camagüeyanos tuvieron como nunca antes la oportunidad de contemplar la obra de la Iglesia a través de insignes cristianos que marcaron para siempre la historia del Camagüey .Entre ellos destacan el Rvdo. P. Fray José de la Cruz Espí, conocido como el Padre Valencia, fraile de la orden de San Francisco, quien con su ingente obra en favor de los leprosos y los pobres proveyó a esta ciudad de un monumento a la caridad: el hospital de mujeres (hoy desaparecido); un monumento a la fe: la iglesia del Carmen; y un monumento a la esperanza: el convento de las Ursulinas (actual Oficina del Historiador de la Ciudad). Construyó además el leprosorio, la hospedería San Roque para acoger peregrinos y la iglesia de San Lázaro, además del puente sobre el arroyo “Las Jatas”, obras avaladas por el testimonio extraordinario de coherencia de vida pobre, entregada totalmente al servicio de los más necesitados. Una calle de esta ciudad lleva hoy su nombre, inmortalizando las intensas jornadas que recorría el fraile conduciendo enfermos de lepra hasta el hospicio que les había construido en las afueras de la villa. Junto al P. Valencia, el P. Olallo y el P. Felipe también fueron homenajeados por el pueblo principeño que puso sus nombres a calles de la ciudad armonizando con una constelación de santos, por los que todavía hoy los camagüeyanos nombramos las calles y plazas de nuestra localidad.

Otro religioso cuya huella marcó para siempre nuestra historia fue Fray José Olallo Valdés, hermano de la orden hospitalaria de San Juan de Dios. Primer cubano a quien la Iglesia Universal reconoció como Beato por su obra caritativa en favor de los enfermos, a quienes sirvió heroicamente, arriesgándose en medio de epidemias de cólera morbo. Como Valencia, Olallo movido por la misma misión de la Iglesia, socorrió leprosos, niños enfermos y sin escuelas, ancianos abandonados y esclavos,  y  defendió  el derecho de todos a recibir la mejor atención sanitaria, sin importar su procedencia o condición social.

La conocida como Plaza del Cristo aún conserva el nombre del P. Gonfaus de quien atesora un monumento; cura párroco de la iglesia que la preside, gran misionero, comprometido con la causa independentista proporcionó medicinas, alimentos, e informaciones a las tropas insurrectas. Tal fue su labor, que quiso el pueblo reconocerla otorgándole el grado de capitán del ejército libertador y una pensión como veterano, pero por modestia rehusó a ambos. Fue electo concejal del Ayuntamiento en las primeras elecciones de 1900.

Entre los hijos insignes de la iglesia camagüeyana en el XIX, es imposible obviar a los fieles católicos Ignacio Agramonte y Amalia Simoni, quienes sellaron su amor en matrimonio cristiano frente al altar de Ntra. Sra. de la Soledad. Amor cuya fidelidad juraron había de ser como la de Cristo a su Iglesia y así cumplieron, estableciendo una familia ejemplarísima. El amor de Ignacio y Amalia quedó testimoniado en un epistolario que sigue siendo hoy de necesaria inspiración para una sociedad en la que urge salvar la institución familiar.

Muchos fueron los católicos que dieron lustre a la iglesia y sociedad del Camagüey decimonónico, personalidades de la talla del doctor Carlos Juan Finlay, fiel de la parroquial mayor, y Gertrudis Gómez de Avellaneda y Arteaga, gloria de la poesía romántica, quien legó un devocionario de honda espiritualidad y valor literario.

Fueron ellos y otros muchos quienes predicaron el Evangelio de Jesucristo con palabras y con el lenguaje cristiano de las obras de misericordia: instruir, aconsejar, consolar, confortar, dar de comer, dar vestido, acoger al que está sin techo, visitar y asistir enfermos y presos, enterrar dignamente a los muertos. Obras por las que la Iglesia y la sociedad prepararon sin presentirlo la realidad de una Iglesia que merecía ya la dignidad de diócesis.

Testigos colosales de la presencia activa de la Iglesia lo constituyen el magnífico sistema de templos: joyas de la arquitectura y de la  historia que todavía impactan al visitante que se adentra en las calles de la “Ciudad de los tinajones”: La Mayor, hoy Catedral Metropolitana; La Soledad; La Merced, con su hermoso convento; Santa Ana; El Cristo del Buen Viaje; San Juan de Dios, con su hospital; El Carmen, antaño con su hospital y su convento; San Francisco, sustituida hoy por el Sagrado Corazón; la Caridad; monumentos que junto a las plazas y el singular trazado de las calles hicieron a parte de nuestro centro histórico merecedor del título de Patrimonio de la Humanidad.

Esta ciudad no ostenta grandes palacios residenciales, pues la fortuna de los patricios camagüeyanos se dedicó fundamentalmente a la edificación de monumentos a la fe y centros católicos para la educación y la asistencia social. Aquí resplandece, junto a otros, el ejemplo de la Srta. Dolores Betancourt y Agramonte. Además de preocuparse por la asistencia a los más necesitados, ayudó a construir la casa conventual, iglesia del Sagrado Corazón y colegio escolapio,  que a pesar del tiempo y el deterioro todavía se levantan imponentes en nuestra ciudad. Muchas otras iglesias de Camagüey se vieron beneficiadas por la caridad de Dolores, quien inconforme con lo que pudo hacer en vida dejó grandes sumas de dinero en su testamento a favor de construir iglesias como la de San José en la Vigía, reparar otras y dar educación a los más pobres.

Llegado el siglo XX y superadas las limitaciones que supuso el patronato regio para la obra de la Iglesia, el Papa San Pio X, por medio de la bula Quae catholicae religioni creó las diócesis de Camagüey y Matanzas, haciendo coincidir los límites con los de las provincias civiles del mismo nombre. Tal designación constituyó un reconocimiento, como hemos señalado, pero también un estímulo a la vieja Iglesia de joven obispado que en la primera mitad del recién estrenado siglo se aplicaría a proseguir e incrementar la obra de sus antecesores.

Durante el siglo XX, la Iglesia en Cuba tuvo la ocasión de superar los moldes españoles impuestos en la época colonial y encarnarse cada vez más en la sociedad y cultura cubanas. Después de las desamortizaciones del XIX en que el régimen español expulsó las órdenes religiosas de sus territorios, se hacía sentir con más fuerza  la obra de monjas y hermano, sobre todo en los campos de la educación con la fundación de colegios e institutos. También en el terreno asistencial con orfanatos, hogares de ancianos, hospitales y dispensarios.

El principio de encarnación, esencial al cristianismo, supone que los contenidos inmutables de la fe y misión de la Iglesia han de adoptar los modos propios de cada cultura y a través de ellos expresarse y transformar la realidad. De este modo, la Iglesia se compromete con la historia de los pueblos, y Camagüey no fue la excepción. Aunque fueron muchos los católicos que se pusieron de parte de los más humildes para asistirlos en sus necesidades y defender sus derechos, de un modo singular resplandeció la figura del Padre Amaro, párroco de Nuevitas, a quien su pueblo le dedicó una tarja que habla por sí sola: Monseñor Amaro Rodríguez Sanromán, Hijo Adoptivo de la  Ciudad, por acuerdo de nuestro Ayuntamiento, siendo tan ejemplar su brillante ejecutoria como pastor de almas y como ciudadano que en todo movimiento cívico y de progreso de la ciudad está escrito su nombre con letras de oro. Impulsor de la carretera Camagüey-Nuevitas, y de nuestro Acueducto. Paladín enérgico y cristiano de los trabajadores y de las clases humildes. Los padres especialmente, llevan todos en su corazón al “Padre Amaro”. Como testimonio de cariñoso afecto, y como emulación a sus sucesores y a todos los ciudadanos, sus feligreses y el pueblo todo de Nuevitas erige esta sencilla tarja para perpetuar el recuerdo del virtuoso Sacerdote que al marcharse no quiso aceptar ningún homenaje público”. Imitemos las virtudes del “Padre Amaro”.

La expansión de la Iglesia hacia el interior de la provincia fue obra de la recién erigida diócesis, que se aplicó a la fundación de parroquias y capillas, muchas con colegios y dispensarios. Particularmente las décadas del treinta y cuarenta fueron muy prolíferas en construcciones: la capilla provisional de Elia, junto a Baraguá, Gaspar, Piedrecitas, Falla, Chambas, Vertientes, Lugareño, Céspedes, Algodones, El Francisco, Macareño, Hatuey, Galvis, Ranchuelo, Punta Alegre, Violetas, las cinco capillas de Nuevitas debidas a la labor de Mons. Amaro, Alta Gracia, capilla provisional de Cascorro, Sibanicú, Velazco y Florat entre otras, que serían levantadas en la siguiente década.

Celebrar estos cien años nos hace volver la mirada hacia los pastores que a su cargo tuvieron el cuidado de esta porción del pueblo cubano. Fue el primero de ellos el carmelita descalzo Fray Valentín Zubizarreta y Unamunsaga, extraordinario pastor en los inicios de esta diócesis, hasta su traslado a Cienfuegos en 1922. La sede vacante fue ocupada por Mons. Enrique Pérez Serantes, infatigable misionero que recorrió cada rincón de la diócesis, dejando por todas partes anécdotas de su entrega como buen pastor. En el año 1949, le sucede  Mons. Carlos Ríu Anglés, quien impulsó los colegios parroquiales. En 1961, debido a su prolongada ausencia por razones de enfermedad, la Santa Sede nombra al P. Adolfo Rodríguez Herrera, Vicario General y Gobernador Eclesiástico. El 16 de julio de 1963 es consagrado obispo, para ser el primer cubano y camagüeyano en ocupar esta sede episcopal. Su misión de pastor se prolongó por cuarenta años, en los que su honda espiritualidad y sabiduría le valieron para levantar una Iglesia que había quedado diezmada en la nueva situación político-social. En enero de 1998, recibe en Camagüey al papa Juan Pablo II, visita que preparó con una histórica misión diocesana impulsada por laicos, a la cual él mismo calificó como la tercera etapa de la evangelización en Cuba: “los cubanos evangelizando a los cubanos”. Cuando en diciembre del mismo año, el Papa declaraba a Camagüey  como Arquidiócesis y a Mons. Adolfo como su primer arzobispo, reconocía los frutos que a lo largo de su historia la diócesis había producido, y bendecía la obra de su pastor.

El 24 de agosto de 2002 tras la dimisión canónica de Mons. Adolfo, toma posesión el actual arzobispo, Mons. Juan de la Caridad García Rodríguez.

Al celebrar los primeros cien años de la diócesis de Camagüey, nos reconocemos herederos de esta tradición y nos sentimos orgullosos de continuar la misión evangelizadora y humanitaria de la Iglesia. Cuando la Iglesia hoy asiste al enfermo, consuela al preso, da esperanza a quienes la han perdido, defiende el derecho a la vida, promueve y educa en valores esenciales al ser humano, no hace sino cumplir la misión que le es intrínseca e imprescindible en cualquier sociedad y realidad cultural.

 

P. Rolando Gibert Monte de Oca Valero

Lic. Osvaldo Gallardo González

 

 

 

 

lunes, 12 de noviembre de 2012

Aura: Carlos Fuentes

 (Diez relatos que cambiaron la literatura hispanoamericana)

Cualquiera neófito que hubiese visto sus fotos de los últimos años pensaría que se trataba de un viejo galán del cine mexicano de los cincuenta: la mirada profunda, el pelo caneado, el bigotón aún vigoroso, la pose seductora, solo faltaba el sombrerote. Sin embargo, era un escritor llamado Carlos Fuentes, de los más grandes intelectuales de siglo veinte en América. El quince de mayo pasado, cuando murió a los ochentaitrés años y vi nuevamente su imagen en el periódico Granma, no pude evitar otra vez la analogía, y por momento quedé confundido al preguntarme, más allá del intelecto, cuál es la real trascendencia literaria (a nivel mundial) de otro de los autores míticos del boom. No me atrevo a responder con certeza, pues mi criterio estaría condicionado por el gusto e incompletas lecturas. Lo cierto es que en Cuba Carlos Fuentes no fue de los narradores más leídos de su generación ni por el gran público ni por el gremio literario. Incluso es casi seguro que de no ser por las dos o tres de novelas publicadas y la gran publicidad que alcanzaron los García Márquez y compañía, sería un perfecto desconocido. Gringo Viejo fue la última editada en el país y gozó de algunos seguidores, aunque su resonancia ni se acercó a la que produjo Aura, un relato de apenas veintiséis páginas según la edición publicada por Casa de las América en 1970, bajo el título Quince relatos de América Latina. Aquel texto no solo zarandeó a los escritores cubanos de entonces y a las generaciones siguientes, sino que movió para siempre el piso narrativo de la literatura hispanoamericana. Aura resultó un experimento alucinante y eficaz, fruto de la mejor novela inglesa de “aparecidos” (Jemes, Stevenson) y la vanguardia americana que va de Borges a Faulkner y pasa por Lugones, Alfonso Reyes u Octavio paz. Ahora que la releo, sorprende su ambigua perfección, ese raro tufo de perpetua modernidad tan difícil de encontrar en literatura. Se lee, aunque suene a lugar común, como si hubiese sido escrita ayer mismo. Es una historia de ciudad, de cualquier ciudad (unas de ganancias del boom), donde por supuesto existen profesionales recién graduados en busca de empleo y aristocráticas mansiones y familias en decadencia. Felipe Montero, historiador joven “cargado de datos inútiles”, descubre en la presa un anuncio tentador que incluye buen salario, techo y comida. No lo piensa dos veces y muerde el anzuelo, ¿dulce anzuelo podríamos decir?, y llega al parecer a un viejo palacete colonial, vetusto y laberintico donde lo recibe, en apariencia postrada en la cama, la señora Consuelo, viuda del general Llorente. Su trabajo consistirá en ordenar la papelería inédita del caudillo con vista a su futura publicación. Hasta aquí nada anormal. ¿Y entonces? De repente irrumpe en la trama Aura y la normalidad se trastoca. La joven, de irresistible sutileza, con cierto don de ubicuidad, refresca la atmosfera asfixiante y crea pequeños micro mundos eróticos dentro de la casa, a veces paralelos, a veces centrífugos, a los que sucumbe como un adicto Felipe. Todo se confunde, Aura, Consuelo, un conejo. En este punto no sabemos en realidad cuántas mujeres, animales o plantas sobreviven dentro de la mansión, y hasta el final no logramos entenderlo. Las historias de fantasmas tienen miles de seguidores y se puede decir que nacieron con la propia literatura, incluso antes, pero, ¿qué tiene esta en particular? Primero, que es una historia de amor, donde alguien se niega a dejar de amar, a no ser amada, y segundo, la maestría del escritor a la hora de construir las escenas, de mover los personajes, y sobre todo de narrarlos. La segunda persona se puede decir que era desconocida como voz narrativa en lengua española. Carlos Fuente fue el primero en intentarlo y resolverlo a gran altura. Ese ha sido luego un camino bastante transitado con mayor o menos suerte, nunca con la apabullante destreza del mexicano. En el 2008 se cumplieron cincuenta años de la publicación de La región más transparente (para algunos su mejor novela) y La Real Academia de la Lengua Española anunció una edición conmemorativa como reconocimiento. Ya pasaron los cincuenta de La muerte de Artemio Cruz (1959) otra de sus obras destacadas por la crítica. A mí que me dejen con Aura, esa joyita del relato hispanoamericano de la cual me es imposible salir ileso luego de cada relectura. El texto original data de 1962 bajo el sello editorial Era, así que en este 2012 Aura también tendrá sus cincuenta y se me antoja más moderna y vital que sus “hermanas mayores”.

Obdulio Fenelo Noda

 

 

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viernes, 12 de octubre de 2012

(Casi últimas) Instrucciones para morir en invierno

XIX

Está bien que diciembre traiga su agonía y el sol ya no se plante como un Buda encendido al fondo de la calle. Que alguien queme la alegría en la añoranza de la nieve, y llegue don Pascual de Alaska a visitarnos (el patrón de los hombrecitos de hielo). Yo me esconderé por noventidós días en la aldea de mis libros, rodeado por querubines sonrientes, hasta que una voz descubra la llegada de la primavera y me haga retornar, adormecido, a inventarme las labores de la lluvia y sus desdichas.

 

XX

Soy un extraño, y la extrañeza me hace padecer otras variantes del asombro. Gusto de deslizarme hasta el centro del patio, y contemplar la casa desde lejos, como una concha gigante que respira lentamente. Después debo regresar o perderme. Pueden arder mis libros, volar mis escritos. No será ya mi sangre circulando, la conversación a media noche. Soy un extraño.  Todos lo notan en la casa: el viejo reloj inventa un gesto lastimoso y a la seis en punto me invita a maldecirme. Comprendo, sólo esto soy, otro objeto que maldice, un desconocido que ha extraviado la palabra y no se acostumbra a las sombras

 

XXI

He aprendido a rodearme de las cosas que me gustan: una reproducción de Sir Anthony Van Dyck, la colección Clásicos Jackson y media docena de discos, todos jazz de la época dorada, cuando Louis Armstrong y King Oliver se enredaban en duelo de ángeles poseídos en un bar de New Orleans. Los descubrí en un puesto por la calle Independencia, donde se venden objetos usados. Me sorprendió el viejo vendedor al hablarme de Billie Holiday como una amiga cercana: “Esa música murió con ella, al igual que una parte de mí”. Lo cierto es que aún preciso estos objetos melancólicos para espantar todo lo leve y hambriento, la tristeza en que me pierdo y me rebelo. Pero ahora, estoy seguro, puede llegar la muerte a combatirme sin rémora o zozobra. Quedaré esperando tranquilo, acumulado y soso, decidido a cumplir la paz de vida custodiado por mis fantasmas.

 

Obdulio Fenelo Noda

De Quemar las Naves, Ácana, 2002

 

 

lunes, 17 de septiembre de 2012

Internet y la lectura en Cuba

De la Biblia de Gutenberg a la fragmentación de la soledad

No recuerdo placer mayor que la soledad conseguida en el Instituto Preuniversitario en mis 16 años, en medio de un aula de 40 alumnos podía sumergirme, en los ratos nocturnos del autoestudio, en la lectura de una novela apasionante. El Instituto en el que estudié estaba signado por dos realidades muy contrastantes para el adolescente que fui: el hambre y las matemáticas; era un instituto especializado en Ciencias, con un rigor académico digno de una buena escuela europea y una alimentación mucho más que escasa. El año de 1992 sacudía de hambre a Cuba, en una crisis económica sin precedentes,[1] o quizás solo emulada por la Reconcentración[2] de Weyler en la Guerra del 95 contra España, y yo no tenía mejor forma de paliar esa hambre que la lectura, el consumo voraz de cientos de libros. El hambre, entonces y definitivamente, me salvó del hambre.
Esta evocación personal es la primera constatación que me provoca el artículo “Gutenberg recargado”[3] del profesor Patricio Bernedo, director del Instituto de Historia de la Universidad Católica de Chile. El profesor Bernedo pone a dialogar a Gutenberg y su invento con la actualidad, a partir de las premisas que hicieron posible el triunfo de una iniciativa que en 50 años cambió radicalmente el panorama editorial con respecto a todo un milenio anterior. Desde las 140 Biblias en papel de Gutenberg en su imprenta y el revuelo que causaron, hasta el ebook, o libro electrónico, y sus bondades, Bernedo hace balance en pocas líneas del modo cultural con el que los lectores de ayer se enfrentaron al adelanto de la reproducción seriada: la satanización de la imprenta, que tuvo costos muy elevados en los planos religioso y político, la aseveración de la reducción de su valor artístico frente al libro de los copistas, la “democratización” del acto de la lectura que propició inmediatamente en toda Europa, la reducción de los precios, la expansión de los conocimientos y el florecimientos de las bibliotecas; para constatar finalmente, que una reacción en mucho parecida despierta su homólogo electrónico: Entre sus detractores, hay quienes se quejan de que no tenga olor ni textura, que no se puedan doblar sus páginas, e incluso que no sea posible utilizar marcadores especiales ni tampoco “guardar una flor entre sus páginas”. Como expresa un nostálgico lector en un blog: “Simplemente no es lo mismo”.
Más adelante señala: Otra de las “sospechas” hacia el libro electrónico apunta a que obedecería más a una imposición de los grandes consorcios como Amazon, Apple, Sony, Microsoft y Google, que a una demanda real del mercado […].[4]  Bernedo, en este interesante artículo, no oculta sus simpatías por el modelo electrónico y alaba los recursos digitales con que los comerciantes tratan de propiciar que el tránsito de la lectura de libros de papel a libros electrónicos sea lo menos traumático posible, que la experiencia de la lectura no genere ninguna “pérdida” para el lector.[5]
Dentro de este análisis, no debe soslayarse un aspecto muy significativo, y que me gustaría enfatizar, el profesor Bernedo constata que los libros electrónicos son el resultado, de alguna manera, de la necesidad de conectividad, y de la importancia que los teléfonos móviles y computadores portátiles, y sus nuevas acepciones, encuentran en los diversos universos humanos. La posibilidad de obtener libros, vídeos, música, prensa, en un pequeño dispositivo, aunque aumenta hasta el infinito las posibilidades de lectura reduce también las necesidades comunicativas tradicionales, y entre estas la lectura tiene un papel predominante. No creo que lo más imperativo de esta crisis sea la imposición de un “nuevo” objeto libro, y sí la exigencia de un hábito de lectura fragmentado que va en contra de la profundidad y del gusto por la lectura. Esta es la época del “disgusto” por la lectura, realidad pasmosamente evidente en el universo de la niñez.
En mi país Cuba, donde los índices de educación fueron significativamente altos en las últimas décadas, y al menos, estadísticamente continúa siendo así, es evidente el analfabetismo funcional que padece gran parte de la población, visto a través de la ausencia de estrategias críticas de lecturas, paradigmas obsoletos y carencia de acceso a las nuevas tecnologías de la información. A pesar de que el último fin de semana,  Gobierno cubano, afirmó a través de La Oficina Nacional de Estadísticas (ONE) en su sitio web que en el 2011 habían en la Isla 2,6 millones de usuarios en línea, en comparación con 1,8 millones del 2010, el acceso a Internet sigue restringido en un país en que el Gobierno monopoliza las comunicaciones y controla la economía. Cuba reporta el uso de intranet como internet, a pesar de que el uso de la red de redes es limitado por el Gobierno que es quien emite permisos para su uso. Según el reporte oficial, los cubanos que acceden a una intranet controlada por el Gobierno aumentaron más de un 40 % en el 2011, en comparación con el año anterior. [6]
Esta aparente digresión, me ayuda a ejemplificar cuán lejos está nuestra sociedad de los posibles paradigmas que explica Bernedo en su artículo, pero no resulta del todo extraño el ámbito descrito: los productos multimedia navegan entre los nuevos “lectores” cubanos de manera ilegal y con pocos criterios de selectividad entre los pendrive o memoria flash; los libros digitales más conocidos son replicas en Pdf., o transcripciones en Microsoft Word, pero el verdadero problema es la lectura. La crisis más urgente no sería, a mi juicio, la pérdida del objeto libro, o su remplazo digital, y sí la pérdida de la lectura tradicional para ser sustituida por una fragmentación del conocimiento que no consigue multiplicarlo y sí disminuirlo.
Las nuevas generaciones nacidas con la jerarquía de lo digital, viven su soledad compartida con un niño que juega o interactúa  a miles de kilómetros de distancia. Mi hijo mayor, me aclaraba hace unos días el punto de mi atraso, al reclamarle yo en un buen tono que no había completado la lectura del nuevo libro de su autor preferido, obsequiado por mí en su último cumpleaños: No te apures, papá, la vida es así, no somos iguales, para qué voy a leer un libro si puedo usar tu computadora. Allí está todo lo que yo necesito. Y lo que él necesita no es precisamente una versión digital del texto que antes le he obsequiado impreso. El concepto de soledad ha cambiado al infinito, pero el trueque puede que no sea para bien.

Osvaldo Gallardo González



[1] El “periodo especial en tiempos de paz” decretado por el Gobierno frente a la caída del campo socialista y la disolución de los créditos económicos  favorables que obtenía Cuba de esos países propiciaron una crisis económica total, la alimentación se convirtió en un problema de sobrevivencia.
[2] Proceso de gran crueldad que significó la reconcentración en determinadas zonas del campesinado cubano en la época de la segunda guerra de independencia contra España, protagonizado por Valeriano Weyler, trajo como consecuencia miles de pérdidas de vidas humanas y una hambruna generalizada.
[3] Publicado en La Tercera, Santiago de Chile, domingo 18 de julio de 2010.
[4] Ibídem.
[5] Ibídem.
[6] Boletín digital: Cubaencuentro.com. Jueves 14 de junio de 2012.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Hermosa réplica por el Camagüey

Mirtha González, mujer hermosa y amable y exquisita, escritora tierna como si fuera poco, me ha hecho una hermosa réplica a un texto desproporcionado e irreverente que he escrito sobre mi querido Camagüey, pues “como buen romántico en su nave, según anda natura así va la ronda de mi espíritu” (aclaré ya en la presentación de este blog) y mis días estos de la escritura no han sido buenos, digamos que mi Mr. Hyde escribió la pedante croniquilla. Por demás agradezco al infinito sus palabras que sé sinceras como las de Alejandro González, poeta también,  quien me recuerda una peña llamada como el primer sintagma del título del blog, La Nave de los Locos, y que no hago hace algún tiempo, pues ella, como mi luz en la ciudad, necesita renovarse. Gracias a ambos por haber navegado conmigo en esos ratos de poesía, y gracias a Facebook, que a pesar de las críticas de todos los mortales navegantes que somos, nos mantiene en el sueño de navegar juntos en toda la poesía, a pesar de la distancia, los desmanes y otras infelices certidumbres. Un abrazo enorme,

Osvaldo

 

Comentarios en Facebook:

Mirtha González:  Debo confesar que me aturden los códigos que aparecen para hacer comentarios en los sitios y páginas web. Casi nunca logro adivinarlos. ¿Seré en realidad un robot y no me he enterado? De cualquier manera quiero publicar aquí el que hice en La nave de los Locos, en la isla oculta, además de testimoniar a Osvaldo Gallardo González mi amistad y cariño de siempre, que van unidos a mi admiración por su poesía. No pude felicitarlo el día de su cumpleaños porque no me dejó el huracán Isaac. Hoy, leyendo el blog quise dejar aquí el comentario, por si no sale allá, e invitar a mis amigos a que lo visiten.
Este es el comentario: Más que ciudad medieval, es Camaguey una ciudad mítica, diferente y apacible. Aún le debo a Espino las fotos tomadas en esa Plaza del Carmen, irrepetible... Una ciudad que enamora y besa en cada visita. No la he visto aburrida, quizás por frecuentarla en tiempos de bullicio. Parte de esa isla oculta que nos acompaña como un fantasma bendito a cuanto lugar vamos... parte de nuestras vidas y recuerdos, y de las excelentes personas que la habitan. Tierra de poetas y soñadores: como Osvaldo Gallardo, Niurky Pérez, Lionel, Geovannys, Curbelo y tantos más... amigas como Aracely que tanto ha hecho por la literatura... gracias al poeta que sostiene la fe en esta ciudad, y por recordarme ese rinconcito de la feria donde hacíamos aquellas lecturas, otra Nave de los locos tripulada por estos mágicos hacedores de la palabra. Gracias, porque Camaguey vive dentro de cada uno de nosotros, más allá de sus calles y sus plazas... más allá de cualquier distancia pasajera.

 

Alejandro González: Gracias, Mirtha, por esas palabras tan bonitas a todos los tripulantes de La Nave...y a nuestra Ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad, -lo digo por la parte que me toca-, Nave de la que ya formas parte también junto a tantos otros amigos(as) que alguna vez han navegado con nosotros, desde aquel primer "puerto" en el Casino Campestre de la ciudad, junto a la fuente del Cisne, pasando indistinta y efímeramente en su periplo en estos más de 10 años por otros "puertillos" del entorno citadino hasta echar anclas (mientras no zarpa nuevamente) en su "muelle" actual: la UNEAC. Gracias por tu amistad, por ser MIRTHA. Lo digo a nombre de tus amigos camagüeyanos, aunque estas palabras debían ser de Osvaldito. Las de él, sin dudas, las tendrás. Fue solo un adelanto, hasta que él venga. Un abrazo fraterno, amiga.

 

Mirtha González:  Gracias a ti y a todos los camagüeyanos por hacer de esa ciudad lo que es hoy: la armonía entre la historia y la tradición con los aires de librepensamiento de hoy; vórtice de la cultura actual y más auténtica... he recibido mucho amor de ustedes, porque la ciudad es también lo que hacen sus hijos. Mi deuda es infinita, créeme. Solo desearía por estar alguna otra vez en ella, y disfrutar de un hermoso atardecer en ella. Un abrazo, hermano.
15 de septiembre de 2012

lunes, 10 de septiembre de 2012

Instrucciones para morir en invierno (a pesar del calor)

XVII

Hace apenas dos noches, he pactado con el animal que rumiaba los rincones olvidados de mi cuerpo. Conversamos, cosa extraña, como dos humanos sensatos y adultos, enfrascados en compartir unas cuantas palabras y un mismo espacio material. Yo procuro no alterar su necesidad de alimentarse a todas horas de cuadrúpedos menores, sus cacerías nocturnas después de media noche, su manera de agredir y poseerme. Él respeta mi debilidad por el té de Chipre, las películas silentes de Buster Keaton y las tragedias de Shakespeare. Hemos pensado que algo inmortal se trama en este juego ajeno a nuestras voluntades de animal y hombre, pero (sospecho) en la postrera circulación del tiempo, el uno devorará al otro sin penas ni rencores, y quedará reinando en ese lugar tramado a garras y manos, a dos voces distintas, a un mismo lamento.

 

XVIII

Las mañanas de agosto traen un sol nuevo que inunda la biblioteca y los recovecos de la casa, espectros de luces dispuestos a penetrar el silencio de mis libros, y tras ese contacto entre la luz de la vida y la materia de los sueños, un murmullo, un quejido, un gesto. Al entrar en la estancia algo se ha conformado ya con el sonido del aire y las palabras que recién despiertan, más allá del tiempo y las formas primarias de la muerte. Así sorprendo en un descuido a don Alonso Quijano sentado a mi mesa, aconsejando al buen Sancho. Al príncipe danés, improvisando un desconsolado monólogo, exclamando bajito “to be or not to be”. He visto a Horacio Oliveira parado en una esquina de la rue de Saint Germain, y a la Maga tratando de llorar por su Rocamadour muerto. No es todo, pero, ¿de qué vale salir a la calle y pregonar que habitan nuestras horas, y comparten el espacio de la vida al instante de tomar el té, el baño, la sinrazón y la utopía?

 

Obdulio Fenelo

 

(Tomado de Quemar las naves, Ácana, 2003)

 

 

domingo, 9 de septiembre de 2012

Oh Camagüey

Una ciudad medieval en los tiempos de la fiebre y el desamor

 

Camagüey me parece por estos días más medieval; fundada en el “renacimiento” europeo -no podemos olvidar que el español-  y no por esta razón es renacentista. Su centro lleno de callejuelas laberínticas recuerda esas urbes de murallas altas y senderos estrechos. El pueblo donde nací parece ahora en la memoria mucho más moderno, con sus edificios del siglo veinte y sus bohíos, que en Cuba parecen ser incluso del futuro. Claro que mí pueblo va desapareciendo de a poco en su futuro que no llega… Pero es Camagüey quien interesa ahora:

Los patricios no construyeron grandes casas pero sí grandes templos, adustos y solemnes. Frente a la casi opulencia de algunos paseos y plazas, establecimientos comerciales y casas que pierden su identidad arquitectónica a fuerza de dinero, Camagüey sigue siendo una ciudad medieval, camino por la “Popular” o “Lope Recio” y casi siento que gritan “agua” desde antaño y la altura. Hay mierda en las aceras, animales muertos que se irán desintegrando poco a poco, basura de dos días que no es recogida. “Estrada Palma” (“Ignacio Agramonte”) ha cerrado sus puertas, de las que sale por debajo una fumata gris… el local está cerrado pues han fumigado contra los mosquitos, Ah Finlay, en tu calle también habrá mosquitos, esos de la fiebre.

Me da fiebre mi ciudad, es bella, lo dicen los transeúntes y los amigos que vienen de tan lejos: “Tiene un sabor medieval muy interesante”, me dice docto un sacerdote argentino, “Y eso, padre, que no la ha caminado por las noches…”

Ya lo dijo Guillén en los medievales años 30 del pasado siglo, Camagüey podrá ser muy histórica, muy legendaria, pero después de las nueve de la noche, no hay ciudad más aburrida que esta… Me gustaba repetir también con Nicolás que Camagüey es tan aburrida que ni los ciclones pasan por ella, claro que Ike en el 2008 me contradijo abundantemente, en cuanto a ciclones prefiero el letargo.

Osvaldo Gallardo González

 

 

¿Camagüey o la otra ciudad?

Esta ciudad que no aprende a perdonar…

 

Osvaldo me pide que escriba algo y yo le contesto que estoy en eso. Ya vengo planeando infinidades de comentarios, críticas y necrologías sobre escritores. “Mándame algo”, insiste Osvaldo, y me esfuerzo en parecer seguro, decidido a ser un bloguero serio, que no queda en el camino como muchos otros, pero lo cierto es que llevo días diluido, ágrafo, sin sazón. Miro los noticieros y no me convence ningún titular, ninguna esperanza, ni siquiera la más reacia de las críticas. He querido escribir de ciertas muertes (Carlos Fuentes, Gore Vidal) y solo sale tristeza. Busco desesperado alguna revista que siempre me ayudan a motivarme: La gaceta de Cuba, La Letra del escriba, El Cuentero... Nada. Tampoco llega ya el suplemento Pérgola del Bilbao, único periódico extranjero (hasta donde conozco) autorizado a entrar en Cuba de forma masiva por correo postal, que nos mantenía, a los que no tenemos internet, más o menos actualizados sobre las novedades editoriales y los autores publicados en la madre patria. Gusto de saber cómo se va moviendo la literatura, qué piensan los escritores, cómo se engañan los críticos. Busco en los estanquillos y no encuentro, a veces llego tarde a las publicaciones, casi siempre ellas llegan tarde a mí. ¿Qué hacer? Sacar libros al azar del librero a ver qué pasa. Sé que cuando me dejo arrastrar por el sentimiento suelo animarme. No sucede esta vez. No pueden salvarme ni Henry James, ni Mujica Lainez, ni Milan Kundera. Todo aburre, sabe mal. Tal vez sea yo, tal vez esta ciudad que no aprende a perdonar, que nunca llora.

Obdulio Fenelo

 

Un poema optimista en estos tiempos del cólera

Salmo en beneficio del amigo

 

Para todos, por supuesto

 

Dios me dijo antes de llegar:

Ve al camino.

Y su dulce destierro es mi consuelo y mi afrenta,

la ilusión que corre en la mañana por la sangre

y el íntimo desfallecer de oscuridad que amo.

Dios me dijo:

Verás la luz,

y atormentado escaparás de su entelequia.

La súplica de la derrota será el tamo para calmar tu sed.

Un albor perenne fustigará tus granos.

Ya sé todo.

Este ritmo de sordina, lo sabe.

Aquella ronda que dejé hace tiempo, lo sabe.

La mujer lejana que me espera, también.

Ya sé todo.

En el caos

escojo el sigilo de mi amigo.

Dios tiene con él mi mayor garrote.

Él guarda para mí el cimbrado de la sangre

que no acude

y la fosca maniobra de la ley.

La ley que me acusa su observancia.

La ley que es una estrella rutilante

y un manojo de sal

en esta herida de mi cuerpo.

A mi amigo lo encontré primero,

venía siempre conmigo,

venía desde lejos y lo vi.

Ya sé todo.

Prefiero esa hiladura quebradiza,

barca con frágil timonel

que lucha con las olas

del destierro de Dios.

En el caos

escojo el sigilo de mi amigo.

 

Osvaldo Gallardo González

 

(Tomado de Diálogo sin luz, Ed. Ácana, Camagüey, 2009)

 

jueves, 16 de agosto de 2012

Un texto del Premio de Cuentos Eróticos

De la felicidad y otros temores

 

Cualquiera de estos días tendré mi onomástico, cumpliré cerca de un siglo o algo parecido. Ya solo queda la muerte, mirar viejas fotos, contemplar la ventana, donde la ciudad transcurre y las horas se encienden y apagan bajo el suceder interminable de lunas y soles. El desorden violenta la reminiscencia obsoleta del cuarto. Allá la figura libertaria del abuelo (dril blanco, sombrero alón) antes de irse a la guerra del 95. A mi lado un ejemplar de la RCA Víctor, mutilado y sin color.

Me estoy quedando sordo y apenas puedo moverme. La cama es pequeña y mi sosiego, nulo. Un gato ronda entre la suciedad y el olor ácido de la habitación. En otro orden de vida sería realmente mi gato y se llamaría Charles o José, que son buenos nombres para gatos. Lo observo resignado.  Nada podrá aportarme esa imagen física. El gato salta de un lado a otro, observa las fotos, los libros, mi cara arrugada. Intenta reconocerse en un lugar al que no pertenece, porque ha perdido el ritmo y el espíritu. Finalmente ronronea dos, tres veces y se lanza al vacío de la ventana. Uno podría pensar en el suicidio de los gatos si no supiera que la caída será siempre certera. Éste, nombrado Charles o José, procura en vano autoflagelarse, desaparecer cada noche. Al día siguiente retorna deprimido y repite su ritual, cansado de ser un gato perfecto, obligado a cumplir su papel. Me gustaría saber si Dios existe, si vale la pena echar al aire una plegaria por el fin de siete vidas gatunas.

 

II

Me voy a cagar en cualquier momento. Luego estaré varias horas con un pantano entre las nalgas y mil moscas ojudas rondándome, hasta que suba la vecina del primer piso, lance gritos y maldiciones, y comience a desinfectarme en el baño con una manguera y un par de guantes manchados. Se inclinará sobre mí y yo contemplaré sus senos sin pestañear, como dos gotas gigantes desprendiéndoseles del pecho. Me secará los brazos, las piernas, tocará mis partes de hombre viejo y dolerá no poder responder con una erección que la provoque y la haga sentir mujer. La sueño a veces: viene hacia mí y su blusa de flores rojas no logra ocultarle los pechos. El tirante le rueda desde el hombro. Un lunar pequeño asoma encima del seno izquierdo. Me ayuda a levantarme de la cama y al sostenerme, siento su regazo tibio y el extraño olor a mujer. Ya estoy sentado. La espalda pegada a la pared del baño y las piernas recogidas porque no caben a todo lo largo. La vecina instala la manguera y comienza a regarme igual a un árbol viejo al que se trata de salvar. El chorro frío me hiela los huesos, pero pronto llegan sus manos para ahuyentarlo. Ha olvidado los guantes y su carne se mezcla con mi carne, y ahí están otra vez sus senos a punto de desprendérseles. El otro tirante también cae y, sin saber cómo, he puesto mis manos temblorosas sobre ellos. Voy despojándola del resto de la blusa. Aparecen dos pezones desvalidos, de un gris suave. La vecina ha dejado de regarme, empina dulcemente la cabeza hacia la luz. Cierra los ojos. Toco la punta de sus pezones como quien despierta a dos animalitos y les rasca la nariz. Deja escapar suspiros, lamentos, toma mi mano y la rueda por el vientre hasta penetrar sus piernas. Se estremece. La acaricio. Siento la humedad de los labios marginales. Toma mi cabeza y mi lengua rueda por sus muslos blanquísimos. No puedo contener las ganas de llorar cuando exige con voz trémula que ya es hora, “no puedo más”. Mis dedos se agitan inútiles, ya lloro, y ella continúa haciéndose un último favor. Se va apagando. Me inclino, la beso. Trato de abrazarla, protegerla, y ella se pierde, se pierde, se pierde...

La conozco hace veinte años y he olvidado si alguna vez la amé. Pudiera proclamar, si realmente existiera la felicidad, una frase conmovedora: no he sido feliz, pero la felicidad la inventamos, como soñamos El Dorado y la vida en otro planeta, es el intento por salvarnos en fragmentos que escapan y perecen misteriosamente, el animarnos a construir utopías de infinitos rostros y constelaciones. ¿Quién ha tocado la verdadera felicidad? A estas alturas del vivir cualquier divagación puede tornarse, cuando menos, obscenidades de la senectud. Diría entonces que entiendo por felicidad todo lo vedado a mi tiempo humano, lo que siempre está por suceder. En este punto muerte y felicidad se funde en una variante divina: el temor. El temor es el rostro de mi felicidad, el olor de mi muerte. “Mi alma está triste hasta la muerte”, dijo Cristo a sus discípulos.

 

III

Me asusta pensar cosas inconclusas. Pudiera acogerme a la interpretación humana que revelaría como felicidad dos imágenes aburridas: un gato llamado Charles o José y los senos de la vecina. No, esto tampoco serviría. Quizá ya esté muerto y sea feliz sin comprenderlo. Comenzaré a preocuparme cuando no pueda cagar a mi antojo. Charles (o José) gusta de la atmósfera alucinante y pestilente. Lo olfatea todo y pasa la lengua por mi cara y mi miembro muerto. Qué más espero de la vida: nada. De la muerte: el temor. Del correo: solo olvido. Antes llegaban telegramas  y tarjetas que resumían invariablemente: FELICIDADES EN SU CUMPLEAÑOS LE DESEA ESTE COLECTIVO A QUIEN FUERA UNO DE NUESTROS TRABAJADORES MODELOS. CORREO CENTRAL. Pura falsedad. Eran palabras del fiel Rubén, lo confirma su muerte. Desde entonces, silencio, la duda, el aceptar que existir para los otros de repente se vuelve importante, cuando ya no importa existir por uno mismo.

 

IV

Mañana, tal vez, suba la enfermera del barrio a visitarme. Fingirá una sonrisa y varios chistes que me negaré a celebrar. Me pondrá un aparato de patas y ojos sobre el brazo derecho, lo inflará como un globo y dirá que enterraré a medio vecindario. La enfermera es fea, aunque sostiene dos senos medianos, de enormes pezones escondidos tras la bata blanca. La enfermera me odia. Por lo general la gente odia a los viejos. Suponen que nacimos así, con miles de arrugas amontonadas, las orejas largas y mudas y estas manchas en la piel. La vecina también me odia, aunque de forma distinta, sincera, que no logra la enfermera en sus malas actuaciones de mujer sensible y simpática. En ocasiones se esfuerza y por momentos logra matices de veracidad. El cuarto huele infernal, a Charles (o José) y a mí nos gusta, pero las dos almas femeninas lo detestan, son escandalosamente arrítmicas y perfumadas. Me gustaría devolverles el odio, si no fuera por los senos que delatan a otras mujeres ocultas detrás de sus ridículas fachadas. Frase histórica: “Denme dos tetas y moveré el mundo”.

 

V

Cagar, cagarme: purificación del alma. “Golpeo mi cuerpo y lo pongo en servidumbre”, 1ra de Corintios, Capítulo 9, versículo 27. Del insulto al prójimo (creen algunos) nace la verdadera liberación. No sé si valdría la pena, pero como he perdido el interés por el temor (o sea, la felicidad), me complazco en liberarme (o sea, cagar), lo que los demás llamarían (la Vecinaenfermera) la forma más animal del insulto.

 

VI

He comenzado a sospechar que ya estoy muerto. Quiero cagar y solo me salen palabras. Las palabras traicionan. Uno puede hablar sin escucharse, mentir con la verdad, convencer con la mentira. Le pregunté a Charles (o José) qué cree del asunto. Con él no necesito enredarme en fonemas y morfemas. Estuvimos de acuerdo. Lo supe por la sonrisa, antes de lanzarse por la ventana. Las risas de los gatos es silente como la de Charlot o Stan Laurel. Son los únicos mamíferos capaces de disfrutar un buen chiste con dignidad intelectual. Mi pregunta le pareció graciosa, se lamió los bigotes y enseñó sus bellos caninos. Creo que realmente le agrado. Quizá, en vez de un gato, tengamos una gata nombrada Karla o Josefa, que igual serían buenos nombres para gatas. No alcanzará el tiempo para comprobarlo y él se negará a hablar de su vida sexual.

 

VII

En realidad, he olvidado mi fecha de cumpleaños, y aquí, en este rincón olvidado de la ciudad, hace mucho tiempo que no pasa nada, ni Charles (o José), ni los senos de la Vecina enfermera, ni ganas de cagarme. He comenzado a sospechar que soy inmortal y el mundo gira eterno ante mis ojos. Soy el dios de lo inefable, la inmundicia, el sintemor. Aquí ya no pasa nada, solos mis ojos pegados al paisaje de la ventana, inventando otros temores, el miedo, la locura.

Obdulio Fenelo Noda

 

 

miércoles, 1 de agosto de 2012

Instrucciones para morir en invierno


X
Siempre sucede. Al anochecer, cuando me gusta caminar por Independencia y celebrar sus balconcitos barrocos, una mujer me persigue. Su paso marca cierta cadencia antigua (el aroma coqueta), hasta detenerme de golpe en la esquina más próxima, como quien teme girar y reconocer un rostro acostumbrado y horrible. Reanudada la marcha, escucho a mis espaldas la estampida de un ave, mil voces de geishas, el sonido ronco de la respiración ancestral. Solo en el callejón de Andrade (el que divide la ciudad en dos géneros distintos de miserias) el acertijo se rompe. Algo se libera sobre los hombros, y después del grito majestuoso que, imagino, solo yo escucho, la luz del día o la noche recupera el encanto. Regreso atontado, libre, convencido de que en Independencia, alguien se empeña en mostrarme el paso serio de la muerte.
XI
Hora es esta de refugiarme en cualquier parte (dentro del baúl de trastos viejos o en el vientre seco de mi madre) a fin de reducirme a ese espacio encantado y forzar el nuevo nacimiento. Regreso al misterio del encierro, metáfora angustiosa de la existencia que continúa fascinándome. Qué libertad no guarda algo de farsa, qué encierro no esconde su porción de libertad. Nunca se acaba de nacer: el vientre materno nos lanza al monstruo social, al circo del mundo, y la vida se va armando de sucesivos abortos, pequeñas necesidades impuestas por aquello tramado fuera de nosotros, presto a provocarnos ocultamente la sinuosidad de alegrías y nostalgias, de las que solo es posible salvarse abriendo un orificio doloroso dentro de uno mismo, para mirarse descarnadamente y marchar un buen día, a planear la escapada cuerpo adentro.
XII
Aquí, en esta ciudad, Dios se acostumbra a los hombres. La brisa de las mañanas a la pesada calidez de las tardes, y la lluvia dominguera prepara su banquete. No queda otro remedio que salir a mezclarse con los adoquines y las fachadas inquietas. Asomarse a la casa del ilustre Atanasio, zapatero cortesano, quien brinda una sonrisa reciente y anuncia: El mundo se vendrá abajo, tanta agua no puede caber en la tierra. Me invitará a un rincón de su guarida, donde esconde el cofrecito de cedro blanco: Son los zapatos de Luis XIV, el rey sol, dirá el ilustre Atanasio y la felicidad le saldrá por las pupilas. Compartiremos el cigarro, el trago amargo, las mismas historias de hace diez años. Regresaré antes que la lluvia cerque los portales. Atanasio quedará en la acera, colocando minuciosamente sus zapatos para que toda el agua del cielo los inunde. Al día siguiente, volverá a sus labores: recortar montones de periódicos viejos, para calzar a la ciudad con las noticias del mundo.
Obdulio Fenelo

viernes, 27 de julio de 2012

Un muerto querido e innombrable...

Recuerdo al negro Piro en Vertientes, a principios de la década de los 90, que me decía Oswaldo Payá; y lo hacía ruidosamente en la calle para llamar mi atención. La broma vendría supongo de la similitud con mi nombre. Mantuvo la costumbre de saludarme así hasta que ya senil no me conoció. Gracias a él supe quién era este católico de vocación inefable. Años después  vi a Oswaldo en una de esas misas multitudinarias que el “destape” de la fe propició en Cuba. No lo conocí nunca; he oído hablar a amigos suyos de su familia y de Rosa María, la hija, con la que he compartido algún espacio, pero también sin conocernos. No tengo su vocación, pero sí tengo familia y el mismo amor por Cuba.

 

La noticia de su muerte me dejó perplejo e inquieto, inmediatamente recordé la canción interpretada por Serrat, no sé si la letra es suya: “Escapad gente tierna, que esta tierra está enferma, y no esperes mañana lo que no te dio ayer, que no hay nada que hacer… y si te toca morir es mejor junto al mar”.

 

Osvaldo Gallardo

sábado, 7 de julio de 2012

A propósito del Ahmel Echevarría y el Ítalo Calvino

De premios, novelas y novísimos

 

Ahmel Echevarría acaba de ganar el concurso Ítalo Calvino de novela, y el hecho, teniendo en cuenta la juventud del autor, no deja de sorprender. El Ítalo es de los premios más cotizados en el país, pues además de la remuneración en pesos cubanos convertibles (CUC) incluía (no sé si se mantiene con esto de la crisis en la zona euro) un viaje promocional a Italia, todo bajo el auspicio de la Fundación ARCI, y ya sabemos las moscas extraliterarias que pueden rondar y hacer apestar este tipo de pasteles. Considero a Ahmel un escritor serio, trabajador, que no parece tener la premura artística de muchos de sus contemporáneos, por la tanto las preguntas que me provoca la noticia nada tienen que ver con la calidad literaria del premiado, sino con las expectativa cumplidas a medias de una generación.

Llama la atención que gran parte de los últimos premios de novela hayan recaídos en escritores anteriores o posteriores al nacimientos de los llamados “novísimos”. Traigo a colación la referencia a los “ahijados” de Redonet  (no todos estuvieron en su famosa selección Los últimos serán los primeros), porque pensé que a estas alturas estarían dominando el panorama novelístico cubano, como lograron hacerlo con la cuentística a todo los niveles. Sin embargo, tengo la impresión de que no ha sido así. Estos autores están en una edad ideal para el género (entre los cuarenta y los cincuenta años), en plena madurez narrativa, y cuando hecho la ojeada a vuelo de pájaro sobre el currículo de la mayoría de ellos, la novela se resiste. Pocos sobrepasan las dos novelas, y algunos no han podido superar ni cualitativa ni cuantitativamente su primera obra. Por la poca información que llega, parece ser que los más prolíferos del grupo están fuera de Cuba (¿Amir Valle? ¿José Manuel Prieto? ¿Ronaldo Menéndez? ¿Karla Suárez?), lo que no quiere decir que sean los más talentosos, aunque haya casos donde pudieran coincidir ambas cosas. Las exigencias de un mercado que prioriza la novela sobre otros géneros seguro condiciona bastante, pero no estoy seguro que sea la principal causa. Ena Lucía Portela, la más joven de todos, es la rara avis del panorama nacional: con cuarenta años tiene cuatro. Sin dudas, el problema merece un análisis más profundo que supere este insípido comentario. Veremos si me animo más adelante o alguien me calla la boca para siempre.   

Obdulio Fenelo

 

sábado, 30 de junio de 2012

Reflexiones sobre la paternidad (V)

Hace unos días, tuve el gusto de recibir, en su Camagüey natal, a Jesús David Curbelo, poeta y amigo. En una conferencia que pronunció sobre un tema literario me llamó la atención su afirmación de que las quejas poéticas siempre son contra el Padre, o sea contra Dios. Este poema que les entrego hoy me hace confirmar su inspiración. Este es un poema sobre el exilio físico de la tierra a la que pertenecemos y del paraíso al que queremos pertenecer, esa nostalgia primera cabe toda en estos versos.

 

Osvaldo Gallardo

 

 

Certeza de soledad

 

Para Ibis y Any que siempre vuelven

 

Solo soy yo cuando estoy solo

MIGUEL HERNÁNDEZ

Cuando la soledad es el camino

se tuerce el equilibrio.

Pero la soledad también padece del amor:

que lo digan los olivos de Getsemaní.

Yo que padezco el amor en mi camino

siempre he estado solo.

Esperé el día de la venida de mi hijo,

alguien habló a mi diestra,

pero mi hijo nació y yo estaba solo.

Solo, como Abraham, con el puñal de obsidiana:

Yo, testigo mudo,

recibí a mi hijo

como quien revela el destino de su error.

Ese día acudí a la muerte de la eternidad

para mi hijo.

Mi hijo murió para el silencio

y dejó de ser el plan eterno

en el regazo de Dios,

y en la alegría de mi sueño.

Mi hijo nació y estaba solo.

Mi hijo fue verdad y estuve solo.

Ese día supe que debía escapar

y la certeza confirmó la irrevocable soledad.

Debía escapar de mí y de los otros.

Escapar, siempre escapar,

de la certeza de ser solo.

Estuve frente al ara en el día de mis bodas.

Estuve solo frente a la indisoluble soledad.

En la luz y en la sombra de mi amor,

en la salud o enfermedad del compromiso,

estaré solo.

En la vida y en la muerte de mi amigo,

en la enfermedad de mi hermana y de mi padre,

aun en el abrazo y el llanto de mi madre,

he estado solo.

He estado solo en la felicidad y en el dolor,

en la despedida y el recibimiento.

Al marcharse la familia

sentí la soledad más recia.

Pero nunca fui más solo

que en la baldía certeza del regreso.

Abrazar al que vuelve

es saber que hay maneras de morir,

aun más absurdas

que el homicidio o el accidente.

La tragedia es morir y no ser muerto.

La tragedia es ser solo y no saberlo.

Nunca fui más solo

que inmerso en el tumulto,

en la elección de la verdad o la mentira,

en la renuncia del silencio.

Nunca fui más solo

que ante el designio de tu voz

y de tus ecos.

Cuando elegí,

si comprendí o participé,

estuve solo

En el juicio estaré solo.

He de responder por mi dolor,

mi felicidad o mi compromiso.

He de responder por mí

y por los otros,

a los que también dejaste en soledad.

 

Tú,

que eres la soledad,

has de saberlo:

Nací solo

y solo he de morir.

Solo

en mi soledad

he de salvarme.

 

(Tomado de Diálogo sin luz, Ácana, 2009)