Como el
exhibicionista quiero mostrar lo que normalmente se esconde: dejar a la vista
el aserrín. Si su lugar es el taller y la pelea es que de ningún modo el
aserrín llegue a la vitrina; lo mío es llevarlo a vitrina, o cuando menos que se
vea cómo salieron del mismo tronco madera limpia y desperdicio. En plata,
comparto con usted la agonía de la ceración, aunque en tono de juerga. Después de chocar con estas palabras, incluidas en el prólogo, releer
el libro y detenerme en su composición, no tuve dudas: Cuentos claros, de Oneyda González es, ante todo, un acto de
valentía de cara al lector. Su autora no teme exponerse, enseñar las costuras,
jugar. Y Juega desde el inicio con las cartas sobre la mesa para que cada cual
elija la partida que mejor le plazca. Lo curioso es que su juego (postmoderno
pudiera llamarlo alguien a falta de mejor nombre) es un divertimento que sigue
bebiendo en esa tradición narrativa que va desde Las mil y una noche hasta
Cervantes, pasando por el Conde Lucanor,
la novela picaresca española o Rabelais. Rara constancia en tiempos en que
dominan la moda, el arte efímero y las permutas estéticas promovidas por
novedades de, a veces, dudoso valor. Milán Kundera dice en uno de sus ensayos
sobre la novela y el oficio de narrar, que desconfía de los escritores que
quieren lucir más inteligentes que sus libros. Los narradores como sabemos,
sobre todo en cuba, suelen menospreciar al lector. La voz de Cuentos Claros, por el contrario, como
un Scheherazade contemporánea, no está dispuesta a morir y de historia en historia
se encarga de demostrarnos que vino servirnos desnuda, sin complejos, que hemos
sido invitados a un banquete de variados platos donde los comensales siempre
tendremos la última palabra.
Pero tampoco nos dejemos engañar del todo, porque a medida que se
avanza en la lectura descubrimos que allí ni todos son cuentos ni las cosas
están tan claras. ¿Qué quiero decir con esto? Que la invitación es en serio y
los lectores, por momentos, tendrán que reconstruir o terminar ciertos cuadros
de vida que son expuestos como fotografías vivientes, como un fogonazo vital
del que solo queda el tenue resplandor. Por lo tanto estamos frente a un texto
paródico, misceláneo, donde no solo encontraremos cuentos formidables, de una
sutileza sórdida como el titulado De tupiciones,
también aparecerán viñetas cuasi cinematográficas, constantes apostillas (prescindibles
o imprescindibles, según la elección), opiniones de amigos, cartas íntimas… En
fin, Oneyda sigue fiel a su poética provocativa que ya había anunciado en su primer
libro de cuentos La cinco y una noche. Ahora mucho más fresca, más actual en cuanto
a temas y personajes, pero igual de rigurosa y franca, cualidades presente
también en el resto de su literatura, que incluye la poesía, el periodismo y el
ensayo. Con este, su sexto libro publicado, se confirma una realidad que no
podemos seguir ignorando: Oneyda González ( y esto, a diferencia de otros casos,
no tiene nada que ver con la edad), ha logrado hilvanar una obra vital, de
polifónicos registros, que ya se va haciendo indispensable dentro de la
tradición letrada del Camagüey.
Hola, solo para hacerles una sugerencia:
ResponderEliminarCreo que es màs fàcil para los lectores que en el archivo del blog aparezcan los titulos de las entradas para poder orientarnos.
Gracias
Vaga Pordoquier