domingo, 10 de junio de 2012

Apuntes para aclarar unos cuentos claros

Como el exhibicionista quiero mostrar lo que normalmente se esconde: dejar a la vista el aserrín. Si su lugar es el taller y la pelea es que de ningún modo el aserrín llegue a la vitrina; lo mío es llevarlo a vitrina, o cuando menos que se vea cómo salieron del mismo tronco madera limpia y desperdicio. En plata, comparto con usted la agonía de la ceración, aunque en tono de juerga. Después de chocar con estas palabras, incluidas en el prólogo, releer el libro y detenerme en su composición, no tuve dudas: Cuentos claros, de Oneyda González es, ante todo, un acto de valentía de cara al lector. Su autora no teme exponerse, enseñar las costuras, jugar. Y Juega desde el inicio con las cartas sobre la mesa para que cada cual elija la partida que mejor le plazca. Lo curioso es que su juego (postmoderno pudiera llamarlo alguien a falta de mejor nombre) es un divertimento que sigue bebiendo en esa tradición narrativa que va desde Las mil y una noche hasta Cervantes, pasando por  el Conde Lucanor, la novela picaresca española o Rabelais. Rara constancia en tiempos en que dominan la moda, el arte efímero y las permutas estéticas promovidas por novedades de, a veces, dudoso valor. Milán Kundera dice en uno de sus ensayos sobre la novela y el oficio de narrar, que desconfía de los escritores que quieren lucir más inteligentes que sus libros. Los narradores como sabemos, sobre todo en cuba, suelen menospreciar al lector. La voz de Cuentos Claros, por el contrario, como un Scheherazade contemporánea, no está dispuesta a morir y de historia en historia se encarga de demostrarnos que vino servirnos desnuda, sin complejos, que hemos sido invitados a un banquete de variados platos donde los comensales siempre tendremos la última palabra.
Pero tampoco nos dejemos engañar del todo, porque a medida que se avanza en la lectura descubrimos que allí ni todos son cuentos ni las cosas están tan claras. ¿Qué quiero decir con esto? Que la invitación es en serio y los lectores, por momentos, tendrán que reconstruir o terminar ciertos cuadros de vida que son expuestos como fotografías vivientes, como un fogonazo vital del que solo queda el tenue resplandor. Por lo tanto estamos frente a un texto paródico, misceláneo, donde no solo encontraremos cuentos formidables, de una sutileza sórdida como el titulado De tupiciones, también aparecerán viñetas cuasi cinematográficas, constantes apostillas (prescindibles o imprescindibles, según la elección), opiniones de amigos, cartas íntimas… En fin, Oneyda sigue fiel a su poética provocativa que ya había anunciado en su primer libro  de cuentos La cinco y una noche. Ahora mucho más fresca, más actual en cuanto a temas y personajes, pero igual de rigurosa y franca, cualidades presente también en el resto de su literatura, que incluye la poesía, el periodismo y el ensayo. Con este, su sexto libro publicado, se confirma una realidad que no podemos seguir ignorando: Oneyda González ( y esto, a diferencia de otros casos, no tiene nada que ver con la edad), ha logrado hilvanar una obra vital, de polifónicos registros, que ya se va haciendo indispensable dentro de la tradición letrada del Camagüey.  

1 comentario:

  1. Hola, solo para hacerles una sugerencia:
    Creo que es màs fàcil para los lectores que en el archivo del blog aparezcan los titulos de las entradas para poder orientarnos.
    Gracias
    Vaga Pordoquier

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