miércoles, 8 de febrero de 2012

Testimonio del hambriento


Me gustan mis errores,
no quisiera renunciar
a la deliciosa libertad de equivocarme.  
Charles Chaplin    
                                                                                              
Tengo hambre, Dios mío,
y de esta hambre he de comer.
Tengo un hambre del cuerpo
mayor que el hambre
del más pobre de tus pobres.
Y hay en mí,
como un inmenso abrevadero,
gran abundancia del hambre espiritual.
Hay más hambre en mí
que riqueza en tu espíritu,
y tu espíritu no reconoce esta hambre mía
que es su fortaleza.
Veamos el hambre que padezco:
Tengo hambre de la que se sacia en el
supermercado.
Hambre de leer:
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y comer.
Hambre de leer
y de comer.
Tengo hambre de oír destinos remotos
en el altavoz de un sitio reluciente;
y luego azul…
Tengo hambre, Señor,
quiero escuchar en torno a mí
que se habla en lenguas diferentes.
Hambre de escuchar y de hablar.
Quiero recuperar mi alma
en un sitio diferente y comprender.
Quiero celebrar a mi hijo
mientras dure su ternura
y su voz siga siendo verde y jugosa.
Mientras sus ojos tengan esa hambre
que yo puedo saciar.
Mientras pueda engañarlo, diciendo que soy:
su frontera,
su límite,
el todo que cree lo suficiente.
Tengo hambre de lo suficiente.
Si esta miseria es tu designio sobre mí,
borra tu faz de mi destino.
Dame hambre de otros aciertos más oscuros.
Disuelve la luz que hay en mi luz
y dame hambre
de comer
y de leer
y de escuchar
y celebrar.
Dame hambre de lo suficiente.
Tengo hambre del pecado.
Quiero prodigar mi cuerpo en el pecado
y saber cuál es tu límite sobre mí.
Quiero hambre sin amor.
Quiero saber cómo derrotar mi vanidad
en alcohol y entretenerme con tus ángeles del vicio.
Quiero el opio del mundo,
la ambivalencia del que miente,
la euforia del deportista
y también la del asesino.
Quiero tiempo para destruir mi espíritu
y la voluntad del bien
que mora en él a pesar mío.
Quiero hacer del mal la tentación
que mata y equilibra.
Quiero el privilegio del error;
esa mínima porción de luz
que hay en la ausencia de la luz.
No quiero ser el número exacto,
la voz comprometida,
el soldado dispuesto para la luz
que otros le dictan.
Si está en mí el error,
no he de ocultarlo.
Esa ha de ser la luz
que me disculpe de tu luz,
y de los otros.
Los otros me trajeron hacia sitios más selectos.
Los otros gozaron de mi sueño,
al deshacerme de mi llanto
y de mi patria
y de mi padre.
Los otros, Señor, que tú conoces;
a quienes también dictas tus designios.
Entonces soy el número
y no quiero, Dios mío.
No quiero la eternidad
que me redima de mi hambre.
Quiero hambre, Señor,
toda mi hambre.

Osvaldo Gallardo González

Nota: Escribí este poema terrible el día que cumplí 30 años, algo ha cambiado en mí desde entonces, pero sigue siendo un texto vigente. Espero Dios me sea misericorde como hasta ahora. Forma parte de un pomario titulado Diálogo sin luz que publicó la Editorial Ácana de Camagüey, en el año 2009.

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