lunes, 14 de mayo de 2012

Reflexiones sobre la paternidad (III)

Diálogo sin luz

A mi padre

Job mira cantar a su hijo
y es su debilidad que ahora sabe eterna.
Job no ha visto el rostro del Señor,
solo su diestra ensangrentada.

(Esta noche se mutila la dulzura
y el hijo quiebra la voz del que espera.)

—Es la hora del amor y de la duda.
Llegamos al sitio donde la muerte no es la única  verdad.
La muerte es solo un pacto
que hemos firmado a destiempo
con la vida y los riesgos del dolor.
Guardémonos, hijo, un minuto, de ese pacto,
probemos un conjuro de sombras
para seguir viviendo.
—El amor se padece.
El amor es la ruta inevitable.
El amor es la savia que se agolpa:
sangre que no es herida de la piel;
que no mana de la vida ni la muerte.
—¿Cómo vino tu amor?
¿En cuál torrente parvo nació tu huella?
¿Qué he de hacer para alimentar la mirada de tu fe?
Esta prueba es más que mi fuerza.
—Yo no soy tu verdad,
por amor acepta el reto.
En mi luz no hay el trono
que buscaste siempre.
Mi piel no es tu piel.
Tu abrazo me alimenta,
pero no es raíz para mi hambre.
—No he sabido mi oficio.
Violé el sistema amoroso
que dispuse a tu vera.
Soy el verdugo febril de mi esperanza.
—¿Qué tormento antiguo y nuevo te deshace?
¿No ves que todo es cierto y es posible?
¿No ves que compartes tu error con mi destino?
Tus lamentos no difieren de la naturaleza de mi amor.
De tu causa se redime otro efecto.
—Has dado voz a los temores que guardé,
con belleza y espanto me revelas.
¿Beberás de las aguas en que perdí la fe de mis mayores?
¿Tendrás esa claridad a pesar de los días?
Lo aviso:
Beberás la cuenca de tu soledad.
Tendrás la cuenca de tu soledad.
—También lo sé:
El dolor tendrá su lugar
y el cansancio arropará mi alma
como Madre me guardaba del invierno más rudo.
—Solo conozco una certeza:
La eternidad la lloro en tus palabras.

Osvaldo Gallardo

Tomado de Diálogo sin luz, Ed. Ácana, Camagüey, 2009

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