sábado, 29 de junio de 2013

Cuba: Marcial Gala

La Catedral de los negros tiene quien le escriba

 

¿Qué ha pasado con la novela cubana en los últimos veinte años? Hubiese sido una buena pregunta para empezar si la respuesta no fuera demasiada complicada, imposible de resolver en tan poco espacio. Prefiero cambiar el enfoque, salir del ruedo, ver los toros desde las gradas y corregirme: ¿Qué ha pasado con el lector cubano en los últimos veinte años? El lector cubano, ese que persigue personajes inolvidables e historias entrañables de nuestra cambiante y a veces insólita realidad, simplemente no tiene quién le escriba.

Como toda afirmación humana, la anterior tampoco es absoluta, pues sabemos de la existencia de un grupo reducido de autores nacionales capaces de quitarles el sueño a un buen números de lectores (Chavarría, Pedro Juan, Padura, Lorenzo Lunar…), aunque en términos de promoción, en algunos, y del número de ejemplares impresos, en otros, aún no se cubran las expectativas y la gran mayoría queden sedientos. Cuando me hicieron la propuesta de presentar La catedral de los negros de Marcial Gala, Premio Alejo Carpentier de novela 2012, acepté entusiasmado. Sin embargo al día siguiente pasé de la euforia a la preocupación. ¿Y si era otro que apostaba al olvido del lector en aras de la inmortalidad literaria? Decidí salir de dudas y antes de lo previsto ya estaba en busca del libro. No exagero si digo que cuando lo tuve a solas en las manos, respiré profundo. Luego, muy lento hojeé las primeras páginas y comencé a leer. “¡Ño, que alivio!”, me dije, por fin otro que intenta hablar de cosas duras y profundas de la manera más simple. Lo novedoso era la forma, las búsquedas literarias relacionadas con la estructura y el narrador, siempre en función de la historia, de crear una narración movida, rica en matices, una atmosfera de suspenso que dura hasta el final.

Desde las líneas iniciales del texto sabemos que va a suceder algo siniestro. La familia Stewart llega de Camagüey a una cuartería de la ciudad de Cienfuegos y parece arrastrar con ella algún misterio trágico, un halo de ángeles malditos. En seguida suponemos que se trata un policiaco, en su variante más moderna, escrito en cuerda de testimonio a varias voces, para luego descubrir que es mucho más. Marcial parece beber en lo mejor de la tradición narrativa oral cubana convertida en literatura: Lino Novás Calvo, Cabrera Infante, Soler Puig, Miguel Barnet, y en ese otro referente latinoamericano casi obligatorio ya, el Roberto Bolaño de Los detectives salvajes. Aquí encontraremos prostitutas, proxenetas, ladrones, guapos, cristianos devotos y falsos cristianos, policías, funcionarios, artistas y hasta un asesino en serie, protagonistas y narrador de gran parte de la historia. Cada quién da su propia versión de los hechos a modo de confesión o catarsis, pero el autor se las arregla para controlar la información, mantenernos a la expectativa y crear su propia crónica de varias muertes anunciadas. Hay muy poco de artificio en el lenguaje, cada declaración es un torrente lingüístico cargado de giros y frases provenientes de diferentes estratos sociales, con especial recargo en el habla coloquial, en la jerga del bajo mundo. Aunque a ratos se cuente desde Texas, La Habana o Barcelona, Punta Gotica es el escenario principal, barrio pobre donde los seguidores de la Iglesia del Santo Sacramento, con Arturo Stewart a la cabeza, deciden erigir un templo, el mayor de toda la ciudad, bautizado por vox populi como “La Catedral de los negros”, que se me atoja un símbolo semejante a la majestuosa Ciudadela La Ferriére de Henri Cristophe en El reino de este mundo, emblema de la grandeza y caída de un falso imperio que nunca se superó a sí mismo. Leemos y leemos y todo es tan cruelmente real que llega a rozar el absurdo, con su porción de realismo mágico, podríamos decir a falta de mejor nombre.

¿El resultado? Una novela difícil de clasificar, repleta de matices y personajes complejos síquica y emocionalmente. Si alguna categorización mereciera, sería la de obra apocalíptica, creadora de un universo cargado de connotaciones sociales, históricas y humanas. El mayor favorecido será el lector que podrá otra vez calmar su hambre de relatos escritos a la cubana y no con modelos importados. Y a Marcial Gala tendríamos que agradecerle el “sacrifico” a favor de nuestros olvidados lectores.

Obdulio Fenelo Noda

 

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